“¿Quién sino tú, hay para mí en los cielos? Y si contigo estoy, la tierra no me agrada” . Amado Redentor mío, amabilidad infinita, ya que bajasteis del cielo para daros todo a mí, ¿qué otra cosa puedo yo buscar en el cielo o en la tierra fuera de vos, que sois el sumo bien, el único bien digno de ser amado? Vos, Señor, que sois el único dueño de mi corazón, poseedlo completamente, y que mi alma a sólo vos ame, a vos sólo obedezca y trate de agradar. Gócense otros con las riquezas de este mundo, que yo sólo a vos quiero, pues vos sois y seréis mi riqueza en esta y en la otra vida. Os entrego, por tanto, Jesús mío, mi corazón y toda mi voluntad. Cierto que en lo pasado se rebeló contra vos, mas ahora os la consagro completamente. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Act. 9, 6). Decidme lo que queréis de mí y ayudadme, pues quiero hacerlo todo. Disponed de mí y de mis cosas como os agrade, que todo lo acepto y en todo me someto a vos.
¡Oh amor, digno de amor infinito!, vos me amasteis hasta morir por mí, y yo os amo con todo mi corazón, os amo más que a mí mismo y en vuestras manos encomiendo el alma mía. Renuncio a todo afecto mundano; quiero desprenderme de todo lo terreno y me consagro completamente a vos; aceptadme por los méritos de vuestra pasión y haced que os sea fiel hasta la muerte. Jesús mío, Jesús mío, quiero vivir para vos en adelante y no quiero amar nada fuera de vos ni buscar más que ejecutar vuestra voluntad. Asistidme con vuestra gracia.
María, esperanza mía, ayudadme con vuestra protección.
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