Quién sabe la muerte que me está reservada?...

 


 si alguno dijere: «¿¿Quién sabe si, al fin, tendré muerte infeliz?...» Le preguntaré a mi vez: «¿Cuál es la causa de la muerte?... Sólo el pecado.» A éste, pues, debemos sólo temer, y no al morir. «Claro está—dice San Ambrosio— que la amargura viene de la culpa, de la muerte.»

 El temor no ha de ponerse en la muerte, sino en la vida .

 ¿Queréis, pues, no temer a la muerte?... Vivid bien. El que teme al Señor, bien le irá en las postrimerías .

 El Santo La Colombiére juzgaba por moralmente imposible que tuviese mala muerte quien hubiere sido fiel a Dios durante la vida. Y antes lo dijo San Agustín: «No puede morir mal quien haya vivido bien.» El que está preparado para morir no teme ningún género de muerte, ni aun la repentina .

 Y puesto que no podemos ir a gozar de Dios más que

por medio de la muerte, ofrezcámosle lo que por necesidad hemos de devolverle, como nos dice San Juan Crisóstomo, y consideremos que quien ofrece a Dios su vida practica el más perfecto acto de amor que puede ofrecerle, porque abrazando con buena voluntad la muerte que a Dios plazca enviarle, como quiera y cuando quiera, se hace semejante a los santos mártires.

 El que ama a Dios desea la muerte, y por ella suspira, pues al morir se unirá eternamente a Dios y se verá libre del peligro de perderle. Es, por tanto, señal de tibio amor a Dios el no desear ir pronto a contemplarle, asegurándose así la dicha de no perderle jamás.



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