En la naturaleza humana está inherente la sed por justicia. Lo que es más, gran parte de los seres humanos se sienten muy felices cuando se enteran que alguien ejerció un acto de venganza cruel sobre alguien que cometió un crimen bárbaro contra alguien más. ¿Varios pasajeros de un colectivo en México golpearon sin piedad a un ladrón? Maravilloso. ¿Relatan las noticias cómo un "justiciero" asesinó a varios secuestradores? Todo un héroe. ¿Los habitantes de un pueblo se unieron para linchar a un joven abogado que solo fungía de turista entre ellos? Que el pueblo reciba todo el desprecio y que no tengan paz sus habitantes de ahora en adelante. Hace aproximadamente dos años falleció Luis Echeverría Álvarez, uno de los peores presidentes de la historia mexicana, y las redes sociales se llenaron de comentarios de alegría, celebrando su muerte, quizás con el deseo de que la marea de reacciones pudiera llegar aunque fuera a los ojos de sus familiares más cercanos, y que se quedaran con un mal sabor de boca. En pocas palabras, que alguien pagara.
El humano quiere justicia, y su alegría ante la venganza, (sin entrar de momento en la discusión si ésta es moralmente correcta o no) entre otras cosas, refleja que la autoridad humana ha fallado en aplicar justicia. Todos estos fenómenos se circunscriben en torno a este apreciado valor. Si el Dios de la Biblia existe, el infierno es perfecta justicia. El problema es que el ser humano ama la perfecta justicia, hasta que ésta se aplica sobre él mismo. El infierno siempre se contemplará como sensatez cuando el que sufra sus llamas sea el secuestrador de tal ciudad, o el senador imprudente de tal país; pero caminamos por la vida pensando que nosotros, los ciudadanos normales, respetables, que no quebrantan la ley, merecemos el cielo sencillamente por nacer, y por NO hacer las cosas que merecen entrar a la cárcel. Sin embargo, si Dios existe, entonces Él merece ser adorado por todos los seres humanos, no porque Él sea bueno o porque ame a las personas, sino porque Él ES Dios. Si Él existe, y es como lo describe la Biblia, poco importa lo que las personas opinen de Él, decidir ignorarlo o no adorarlo es decidir condenarse permanentemente en un espacio espiritual postmortem alejado del Creador, no porque Dios así lo quiera, sino porque el humano así lo quiso. Es culpa del enfermo sufrir las consecuencias de su malestar por haber decidido alejarse del medicamento que lo podía sanar.
Si en verdad somos amantes de la justicia, y partimos de una cosmovisión teísta cristiana, el infierno debería ser uno de los motivos por los que más deberíamos estar sosegados y agradecidos. El problema es que los que rechazan el llamado de Dios, detestan pensar que ellos son tan merecedores del castigo divino como lo son los asesinos, los violadores o los tiranos, y a su vez, detestan negar su propio orgullo y dejar el control de su vida a otra persona, en este caso a Dios. Se niegan aceptar la realidad de que rechazar seguir al Creador es un crimen espiritual, y por lo mismo se indignan cuando se enfrentan al concepto del infierno. El secreto subyacente es el orgullo, y nada más que el orgullo.
CONCLUSIONES:
1) El escéptico que desee cuestionar moralmente la idea del infierno, está en la obligación de presuponer que el infierno existe con el fin de que sus argumentaciones sean coherentes. Si el escéptico comienza negando la existencia de Dios y del infierno, y aún así hace una crítica moral de este lugar y sus motivos, entonces habrá incurrido en una contradicción, y el creyente no está en el deber de tomarlo en serio.
2) El infierno es perfecta justicia, pero como es perfecta, aplica para todos, incluyendo a las personas "respetables". Todos los humanos son pecadores, y todos se han alejado de la presencia y de la gloria de Dios.
3) Aquellos que cuestionan el valor moral del infierno ("Si Dios es amor, por qué manda al infierno a las personas que lo rechazan") solo están acariciando su propio ego, y les cuesta entender que como humanos finitos le deben adoración a Dios. Ignorar o darle la espalda a Dios es el más grande de todos los crímenes, y es la base para que se reproduzcan todos los demás.
En última instancia, el rechazo al infierno es emocional y no intelectual.
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