María no sólo fue madre, sino digna madre del Salvador. Así la proclaman todos los santos padres. San Bernardo le dice: “Tú sola has sido hallada digna de que en tu virginal palacio pusiera su primera mansión el Rey de reyes”. Y santo Tomás de Villanueva: “Antes de haber concebido ya era idónea para ser madre de Dios”. La misma santa Iglesia nos enseña que mereció ser madre de Jesucristo: “Oh bienaventurada Virgen, cuyas entrañas merecieron llevar a Cristo el Señor”. Esto así lo explica santo Tomás: “Se dice que la Bienaventurada Virgen mereció llevar al Señor de todas las cosas, no porque mereciera que él se encarnara, sino porque mereció, correspondiendo a la gracia que se le daba, aquel grado de pureza y santidad apropiado para ser convenientemente Madre de Dios”. Cosa que también escribe san Pedro Damiano: “Su singular santidad y gracia le mereció ser juzgada la única digna de engendrar en su seno a Dios”.
Por tanto, si María fue digna Madre de Dios –exclama santo Tomás de Villanueva– ¿qué excelencia y qué perfección no tendría que atesorar su alma para poder ser la Madre de Dios?
Enseña el mismo doctor Angélico, que cuando Dios elige a alguno para determinada dignidad, lo hace idóneo para ella; y, en consecuencia, habiendo elegido a María por su madre, ciertamente que la hizo digna con su gracia, conforme al Evangelio: “Has encontrado gracia ante el Señor. He aquí que concebirás y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 30-31). De lo que concluye el santo que la Virgen no cometió ningún pecado actual ni siquiera venial; de otra manera no hubiera sido digna madre de Jesucristo, porque la ignominia de la madre hubiera sido también del Hijo por tener una madre pecadora. Pues si María no hubiera sido idónea Madre de Dios si hubiera cometido un solo pecado venial que no priva al alma de la gracia divina, cuánto más indigna hubiera sido de haber incurrido en el pecado original que la habría convertido en enemiga de Dios y esclava del demonio.
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