Si un joven se siente llamado a la vida religiosa y se oponen los padres, está obligado a obedecer a Dios
Dice Jesucristo: “Si uno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” . Porque a menudo los mayores enemigos de nuestro aprovechamiento espiritual son nuestros parientes: “Y los enemigos del hombre serán los de su casa” .
Decía San Carlos Borromeo que cada vez que volvía de casa de sus parientes, siempre era con el espíritu más resfriado.
cuando el P. Antonio de Mendoza le preguntaron por qué no quería siquiera reposar en casa de sus parientes, respondió: «Porque la experiencia me enseña que no hay lugar donde más pierda la virtud y devoción del religioso que en casa de sus parientes».
Si se trata de la elección de estado, es cierto, como enseña Santo Tomás, que no estamos obligados a obedecer a los parientes. Si un joven se siente llamado a la vida religiosa y se oponen los padres, está obligado a obedecer a Dios y no ya a los parientes, quienes por intereses y fines particulares se oponen al bien espiritual de los hijos. «Frecuentemente los amigos carnales –dice Santo Tomás– se oponen al adelantamiento espiritual». Y antes prefieren que los hijos se condenen, escribe San Bernardo, que dejen la casa.
Es cosa que espanta ver a ciertos padres y madres que, no obstante ser temerosos de Dios, alucinados por la pasión, se fatigan e inventan mil trazas para impedir la vocación del hijo que quiere ser religioso. Esta manera de obrar, fuera de algún caso rarísimo, no puede excusarse de pecado mortal. Quizás diga alguien: Pero ¿es que no puede salvarse ese joven si no entra religioso? Pero ¿es que todos los que quedan en el mundo se condenan? Respondo: Quienes no están llamados por Dios al estado religioso, se salvarán en el mundo cumpliendo con las obligaciones de su estado; pero quienes se sienten llamados y no obedecen a Dios, sí pueden salvarse, pero se salvarán difícilmente, puesto que les faltarán los auxilios especiales que Dios les tenía preparados en la religión, sin los cuales no llegarán a salvarse. Escribe el teólogo Habert que el que desobedece a la divina vocación queda en la Iglesia como un miembro fuera de su lugar y con mucha dificultad podrá desempeñar su oficio y, por consiguiente, alcanzar la salvación. Por lo que luego concluye: «Aun cuando, absolutamente hablando, este tal se pudiera salvar, sin embargo difícilmente entrará en la senda de la salvación y escogerá los medios a ella conducentes».
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