humildemente y con paz, tenemos que empezar cada día nuestro esfuerzo de santificación; y no derramar lágrimas de despecho al encontrar la miseria en nosotros y ver la poda que tendremos que hacer. «He visto el llanto de la pobre Hermana María Magdalena, y me parece que nuestras niñerías proceden todas de este defecto: que olvidamos la máxima de los santos, que nos advierten que cada día hemos de comenzar el avance en nuestra perfección. Si nos acordásemos de esto, no nos asombraría encontrar en nosotros miserias que arrancar. Nunca está terminado este trabajo; siempre hay que comenzar de nuevo y debemos hacerlo con ánimo. Dice la Escritura: "cuando el hombre haya terminado, entonces comenzará". Lo que hemos hecho hasta ahora es bueno, pero lo que vamos a empezar será mejor; y cuando lo hayamos acabado, empezaremos otra cosa todavía mejor, y luego otra, hasta que salgamos de este mundo para comenzar otra vida que no tendrá fin, puesto que ya no podrá sucedernos nada mejor. Así que, pensad si hay que llorar cuando se encuentren miserias».
Jesus o nos pide lágrimas que deprimen, sino una alegría franca y serena; «la santa alegría cordial, que nutre las fuerzas del espíritu y edifica al prójimo». Y nos invita a practicarla en la humildad y debilidad: «Abatirse y humillarse, despreciarse a sí mismo hasta la muerte de todas las pasiones y yo diría, hasta la muerte en cruz, es caminar con el Esposo crucificado. Pero, queridísima hija, fijaos bien que digo que ese abatimiento, esa humildad, ese desprecio de sí mismo hay que practicarlos con suavidad, con paz, con constancia y no sólo suavemente, sino alegre y gozosamente». ''
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