El obispo San Francisco de sales no daba importancia a lo superficial, y nunca juzgaba por ellas el valor de un alma.
Alguien le dijo una vez que «estaba asombrado de que una persona de mucha categoría y muy devota, a la que el obispo dirigía, no se hubiera quitado los pendientes.
Os aseguro, respondió, que no sé siquiera si tiene orejas, porque viene a confesarse con un tocado en la cabeza y con un chal tan grande que no se sabe cómo va vestida. Y además, creo que la santa mujer Rebeca, que era tan virtuosa como ella, no perdió nada de su santidad por llevar los pendientes que Eleazar le ofreció de parte de Isaac».El obispo era de una condescendencia admirable.
Francisco de Sales aborrece el desaliño que raya en la suciedad. Por ello, no duda en recomendar que se cuide el aseo: «Nuestra ropa debe estar siempre limpia, y evitar, en la medida de lo posible, las manchas y la suciedad».Y es que «la limpieza exterior, en cierta manera, es señal de la pureza interior».
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