ésta se acusaba de haber tenido un pequeño sentimiento de envidia

 


Un día, recibió una carta de una de sus Hijas de la Visitación, en la que ésta se acusaba de haber tenido un pequeño sentimiento de envidia y antipatía para con una Hermana, en circunstancias que nos son desconocidas y que hacían especialmente penosa la confesión. Ante esta confidencia, el santo exultaba de gozo y no pudo contener su admiración:

«Vuestra carta ha embalsamado mi corazón con una fragancia tan deliciosa, que hacía mucho tiempo que no leía nada que me produjera tan perfecto consuelo... ¡Dios mío, qué satisfacción para el corazón de un padre tan amante, escuchar al de su querida hija que le confiesa haber sido envidiosa y mala! ¡Feliz envidia que ha provocado tan ingenua confesión! Al escribir vuestra carta, hacían vuestras manos un acto más valiente que los que hizo Alejandro...».

Y es que la franqueza no se da con frecuencia, porque es difícil; es costosa para nuestro orgullo. Es tal nuestra vanidad, que preferimos hablar mal de nosotros mismos, para ser notados, antes que guardar silencio y pasar inadvertidos. El desprecio nos parece menos duro que el olvido.

Claro está que, desde luego, contamos con que nadie va a creer lo que decimos.

«Muchas veces decimos que no somos nada, que somos la miseria misma y el desecho del mundo, pero nos molestaría mucho que nos lo tomasen al pie de la letra y se hiciese público lo que hemos dicho» En este sentido, el obispo hace notar con mucha precisión:

«Las palabras de autodesprecio, si no salen de un corazón lleno de cordialidad y bien persuadido de su propia miseria, son la flor más refinada de la vanidad, ya que es raro que quien las profiere se las crea, o desee realmente que se las crean quienes le escuchan».

 ha dicho la verdad:

«El espíritu humano da tantos rodeos y vueltas, sin que nos demos cuenta, que es imposible que no salga algo al exterior; por eso, a quien menos se le note, es el mejor».”

Contemplemos algunas de esas señales que el ojo observador del obispo ha captado con agudeza: «El que habla mal de sí mismo, busca directamente la alabanza y actúa como el remero, que da la espalda al lugar a dónde quiere llegar»."


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