Jesucristo, Desde el momento en que Él vino a la tierra a redimir a los hombres del pecado, era muy lógico que sintiera este abandono, esta separación, este divorcio. Lo sintió primeramente dentro, en su alma; como la base de la montaña, si fuera consciente, podría sentir el abandono del sol si una nube se ciñe todo alrededor, aun cuando sus picos más altos brillen radiantes de luz. No había pecado en alma, pero desde que Él quiso sentir en sí el efecto del pecado, una terrible sensación de abandono y soledad se apoderó de Él. La soledad de vivir sin Dios.
Renunciando a la divina consolación, que
podría haber tenido, se sumergió en un terrible desamparo humano para pagar por
la soledad del alma que ha perdido a Dios por el pecado; por la soledad del
ateo que dice que no hay Dios; por la soledad del hombre que traiciona su fe
cegado por las cosas visibles; y por la angustia de los corazones de todos los
pecadores que tienen nostalgia de Dios. Él llegó hasta redimir a aquellos que
no confiarían, que en sus penas y miserias increparían y abandonarían a Dios gritando:
"¿Por qué esta muerte? ¿Por qué tenía yo que perder mi propiedad?
¿Por qué tengo
que sufrir?" Él satisfacía por todos esos que exigen a Dios un por
qué.
Y para mejor
revelar la intensidad del sentimiento de abandono, lo manifestó con una señal
externa. Puesto que el hombre se había separado de Dios por el pecado, Él, en
satisfacción, permitió que su sangre fuera separada de su cuerpo. El pecado
había entrado en la sangre del hombre; y como si todos los pecados del mundo
hubiesen entrado en Él, drenó el cáliz de su cuerpo de su sangre sagrada. Casi
le podemos oír exclamar: Padre, este es mi cuerpo; esta es mi sangre. Están
siendo separados uno de otro, como la humanidad se ha separado de Ti. Esta es
la consagración de mi Cruz.
Lo que sucedió aquel día en la Cruz, está
sucediendo ahora en la Misa, con esta diferencia: en la Cruz estaba solo; en la
Misa está con nosotros. Él ahora está en el cielo a la diestra del Padre
intercediendo por nosotros. Por tanto no puede sufrir en su naturaleza humana.
¿Cómo puede entonces la Misa ser la repetición del Calvario? ¿Cómo puede Cristo
renovar la Cruz? No puede sufrir de nuevo en su naturaleza humana propia, que
en el cielo está gozando la felicidad; pero puede sufrir de nuevo en nuestras
naturalezas humanas. No puede renovar el Calvario en su cuerpo físico, pero le
puede renovar en su Cuerpo místico, la Iglesia. El Sacrifico de la Cruz puede
renovarse, supuesto que nosotros le demos nuestro cuerpo y nuestra sangre, y
que se lo demos tan completamente como si fuera el suyo propio, y como tal
puede ofrecerse a sí mismo de nuevo a su Padre celestial por la salvación de su
Cuerpo místico, de la
Iglesia.
Y así Cristo va
por el mundo recogiendo otras naturalezas humanas que quieran ser Cristos. Para
que nuestros sacrificios, nuestras penas, nuestros Gólgotas, nuestras
crucifixiones no queden aisladas, dislocadas, inconexas, la Iglesia las reúne,
las amontona, las unifica, las amasa, y esta masa de todos nuestros
sacrificios, de todos, y cada uno de nosotros, se une con el Sacrificio de
Cristo en la Cruz, en la Misa.
Cuando asistimos a la Misa no somos individuos de la tierra o unidades solitarias, sino partes vivas de un gran orden espiritual en el cual el Infinito penetra y envuelve lo finito, el Eterno irrumpe en lo temporal, y el Espíritu se viste de las ropas de la materialidad. Nada más solemne existe en la faz de la tierra de Dios que el momento de la Consagración; porque la Misa no es una plegaria, ni un himno, no algo que se dice, es un Acto Divino con el cual nosotros entramos en contacto en un momento dado del tiempo.
Podemos ilustrar
imperfectamente el pensamiento con el ejemplo de la radio. El aire está lleno
de música y palabras. No las hemos puesto nosotros en él; pero, si queremos,
podemos establecer contacto con ellas sintonizándolas con nuestro aparato. Así
en la Misa. Es un singular, único Acto Divino; pero con El podemos ponernos en
contacto cada vez que representado y repetido en la Santa Misa.
Cuando se hace
el troquel de una medalla o una moneda, la medalla es lo material, la
representación visible de la idea espiritual que existió en la mente del
artista. Pueden hacerse innumerables reproducciones de este original cada vez
que una nueva pieza de metal se coloca en contacto con él, y se vacía de él. No
obstante la multiplicidad de las medallas hechas, el molde es el mismo. De
igual manera en la Misa. El molde —el Sacrificio de Cristo en el Calvario— es
repetido en nuestros altares cuando cada ser humano es puesto con Él en el
momento de la Consagración. Pero el sacrificio es uno y el mismo, a pesar de la
multiplicidad de las Misas. La Misa es pues la comunicación del Sacrificio del
Calvario con nosotros, bajo las especies del pan y del vino.
Nosotros estamos
en el altar bajo las apariencias de pan y de vino, porque ambas son el sostén
de la vida. Y por eso, dando lo que nos da la vida, estamos simbólicamente
dándonos a nosotros mismos. Además, el trigo debe ser molido para convertirse
en pan, y la uva debe ser prensada para convertirse en vino. Y por eso ambos
son representativos de los cristianos que están llamados a sufrir con Cristo,
para que puedan reinar con Él.
Al acercarse la
Consagración de la Misa Nuestro Señor está diciéndonos equivalentemente,
"Tú, María; tú Pedro… vosotros, todos… Dadme vuestro ser entero. Yo ya no
puedo sufrir. Yo pasé por mi Cruz y llené hasta el tope los sufrimientos de mi
cuerpo físico, pero no llené los que pertenecían a mi Cuerpo místico, en el
cual estás tú. La Misa es el momento en que cada uno de vosotros podéis cumplir
literalmente mi mandato. Toma tu cruz y sígueme".
En la Cruz
nuestro Divino Señor te estuvo mirando a ti con la esperanza de que un día
quisieras entregarte a Él en el momento de la Consagración. Hoy en la Misa esta
esperanza, acariciada sobre ti por Nuestro Señor, se ve cumplida. Cuando
asistes a la Misa espera que le haga a Él la entrega de tu ser.
Así, cuando el
momento de la Consagración, el sacerdote, obediente a la voz del Señor haced
esto en memoria mía, toma el pan en sus manos y dice: Esto es mi cuerpo, y
luego sobre el cáliz del vino dice: Este es el caz de mi sangre del nuevo y
eterno testamento. No ha consagrado el pan y el vino a la vez, sino por
separado.
La Consagración
separada del pan y del vino es una simbólica representación de la separación
del cuerpo y sangre, y como la crucifixión entraña precisamente este misterio,
el Calvario es renovado en el altar. Pero Cristo, como se ha dicho, no está
solo en el altar. Estamos con Él. Y por eso las palabras de la Consagración
tienen un doble sentido. El primero es: "Este es el cuerpo de Cristo, esta
es la sangre de Cristo". Pero su significación secundaria es: "Este
es mi cuerpo, esta es mi sangre".
¡Tal es la
finalidad de la vida! Redimirnos a nosotros en unión con Cristo; aplicarnos sus
méritos a nuestras almas, siendo como Él en todas las cosas, hasta en su muerte
de Cruz. Él pasó por su
Consagración en
la Cruz para que nosotros pasemos por la nuestra en la Misa. No hay nada más
trágico en todo el mundo que el dolor malgastado. Piensa cuanto se sufre en los
hospitales, cuánto sufren los pobres, los desamparados. Piensa también cuántos
de esos sufrimientos se pierden. ¿Cuántas de esas almas solitarias, doloridas,
abandonadas, crucificadas, están diciendo con Nuestro Señor en el momento de la
Consagración: "Esto es mi cuerpo, tómalo?" ¡Y sin embargo, esto es lo
que todos nosotros deberíamos hacer en ese instante! Yo me entrego a ti, Señor,
aquí está mi cuerpo: Tómalo. Aquí está mi sangre: Tómala. Aquí está mi alma, mi
voluntad, mi fuerza, mi propiedad, mi salud, todo cuanto tengo. Es tuyo Señor.
Tómalo, conságralo, ofrécelo. Ofrécelo contigo al Padre celestial para que,
echando una mirada a este gran sacrificio vea solamente a ti, su Hijo amado, en
quien tiene todas sus complacencias.
Transmuta el
pobre pan de mi vida en tu vida. Enciende el vino de mi gastada vida en tu
divino espíritu. Une mi roto corazón con tu corazón. Cambia mi Cruz en tu
crucifijo. Que mis abandonos y mis pruebas y mis dolores no se pierdan. Recoge
sus fragmentos. Y, como la gota de agua es absorbida por el vino en el
Ofertorio de la Misa, sea mi vida absorbida por la tuya; sea mi pequeña cruz
engastada en tu gran Cruz para que pueda yo gozar los gozos de la vida eterna
en unión con Vos.
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