María, tesorera de las gracias, nos dio a Jesús

 


la Iglesia puerta del cielo: “¡Feliz puerta del cielo!”, porque, como reflexiona el mismo san Bernardo, así como todo rescripto de gracia mandado por el rey pasa por la puerta de su palacio, así ninguna gracia llega del cielo a la tierra si no pasa por las manos de María”. Dice además san Buenaventura que María se llama puerta del cielo porque ninguno puede entrar en el cielo si no pasa por María que es como la puerta.

En igual sentido se afirma san Jerónimo o, como dicen otros, un antiguo escritor, autor del sermón sobre la Asunción, y que anda entre las obras de san Jerónimo. Dice que en Jesucristo está la plenitud de la gracia como en la cabeza desde la cual luego se difunde hacia los miembros, que somos nosotros, todas las sustancias vitales, es decir, las ayudas divinas PATRA conseguir la eterna salvación. Y en María está la misma plenitud como en el cuello por el que esas sustancias vitales pasan a los miembros. “En Cristo está la plenitud de la gracia como en la cabeza que influye; en María, como en el cuello que trasfunde”. Lo mismo viene confirmado por san Bernardino de Siena, quien más claramente explicó este pensamiento diciendo que por medio de María se transmiten a los fieles, que son el cuerpo místico de Jesucristo, todas las gracias de la vida espiritual que descienden a ella de Cristo nuestra cabeza.

 


 

San Buenaventura asigna la razón de esto al decir: “Desde que estuvo en el seno de la Virgen toda la naturaleza divina, me atrevo a decir que esta Virgen adquirió como cierta jurisdicción en la efusión de todas las gracias, habiendo emanado de su seno, como de un océano de la divinidad, los ríos de todas las gracias”. Lo mismo, con palabras más claras, viene a decir san Bernardino de Siena: “Desde el momento en que la Virgen Madre concibió en su seno al Verbo de Dios, adquirió, por así decirlo, cierta jurisdicción sobre todos los dones del Espíritu Santo, de manera que ninguna criatura ha obtenido ni obtendrá ninguna gracia de Dios, sino conforme a la piadosa distribución que haga tal Madre”.

Ricardo de San Víctor dice de modo semejante que cuando Dios quiere favorecer a alguna de sus criaturas, quiere que todo pase por las manos de María. Por lo cual el venerable abad de Celles exhorta a cada uno a recurrir a esta tesorera de todas las gracias como él la llama, porque sólo por su medio el mundo y los hombres han de recibir todo el bien que pueden esperar.

Por lo que se ve claramente que esos santos y escritores, al decir que todas las gracias nos viene por medio de María, no han tenido intención de decir solamente que esto sucede porque de María hemos recibido a Jesucristo, como dice el autor antes nombrado, sino que también aseguran que Dios, después de habernos dado a Jesucristo, quiere que de ahí en adelante se dispensen, se han dispensado y se dispensarán a los hombres hasta el fin de los tiempos; todas absolutamente se dispensarán por las manos y por la intercesión de Mará.

Así que, concluye Suárez, es el sentir universal de la Iglesia que la intercesión de María sea no solamente útil para nosotros, sino del todo necesaria. Necesaria, no de necesidad absoluta, porque sólo la mediación de Jesucristo es absolutamente necesaria, pero sí por necesidad moral, porque siente la Iglesia, como dice san Bernardo, que Dios ha determinado que toda gracia se nos otorgue por manos de María: “No quiso Dios que tengamos nada que no pase por las manos de María”. Y antes que san Bernardo ya lo afirmó san Ildefonso diciéndole a la Virgen: “Oh María, el Señor ha decretado encomendar a tus manos todos los bienes que ha dispuesto otorgar a los hombres, y por eso a ti te ha confiado todos los tesoros y riquezas de la gracia”. Por lo mismo san Pedro Damiano dice que Dios no quiso hacerse hombre sin el consentimiento de María; lo primero, para que todos le quedáramos sumamente agradecidos; lo segundo, para que comprendamos que el querer de esta Virgen se ha confiado la salvación de todos.

San Buenaventura, considerando las palabras de Isaías: “Saldrá un renuevo del tronco de Jesús y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu del Señor” .

 Dice estas hermosas palabras: “El que desea conseguir la gracia del Espíritu Santo, busque la flor en la vara. Por la vara, a la flor, y por la flor llegue a Dios”. El que desea adquirir la gracia del Espíritu Santo, que busque la flor en la vara, es decir, a Jesús en María, ya que por la vara llegamos a la flor y por la flor encontramos a Dios. Y añade más adelante: “Si quieres conseguir esa flor, inclina con las plegarias la rama que sostiene la flor”. Inclina a tu favor con la oración el tallo en que se encuentra la flor y la obtendrás. En el sermón de la Epifanía, dice el seráfico doctor comentando las palabras: “Encontraron al Niño con su Madre” : “jamás se encontrará a Jesús sino con María y por medio de María. En vano lo busca quien no lo busca junto a María”. Decía san Ildefonso: “Yo quiero ser siervo del Hijo, y como no será siervo del Hijo quien no lo sea de la Madre, por eso ambiciono ser siervo de María”.

 

Refieren el Belovacense y Cesáreo que un joven noble, por sus vicios, se vio reducido de rico como lo había dejado su padre, a tanta pobreza que necesitaba mendigar para comer. Se fue a vivir lejos, donde no fuese conocido para no pasar tanta vergüenza. Por el camino se encontró con un viejo criado de su padre, quien al verlo tan afligido por la pobreza en que había caído le dijo que no perdiese el ánimo, porque él podía ponerlo en relación con un príncipe que lo proveería de todo.

El antiguo sirviente se había convertido en un impío hechicero. Un día tomó consigo al infeliz joven y lo llevó a través de un bosque a la orilla de un lago, donde comenzó a hablar con una persona invisible. El joven le preguntó con quién hablaba. Le respondió que con el demonio; y al ver el espanto del joven trató de animarlo para que no tuviera miedo. Y continuó hablando con el demonio: “Señor –le dijo–, este joven está reducido a extrema miseria y quiere volver a su antigua posición”. “Cuando quiera obedecerme –respondió el enemigo– le haré más rico que antes, pero en primer lugar tiene que renegar de Dios”. Ante esta propuesta se horrorizó el joven, pero instigado por le maldito mago lo hizo y renegó de Dios. “Pero esto no basta –replicó el demonio–, es necesario también que reniegue de María, porque ella es la que nos causa más pérdidas. ¡A cuántos nos los arranca de las manos y los lleva a Dios para salvarlos!” “¿Qué yo reniegue de mi madre? ¡Eso sí que no! –gritó el joven–. ¡Ella es toda mi esperanza! ¡Prefiero andar mendigando toda mi vida!” Y el joven se alejó apresuradamente de aquel lugar.

A la vuelta acertó a pasar por una iglesia de María. Entró el desconsolado joven y, postrándose ante su imagen, comenzó a llorar amargamente y a pedir a la santísima Virgen que le obtuviera el perdón de sus pecados. Y he aquí que María, desde su imagen, se puso a rogar a su Hijo a favor de aquel infeliz. Jesús le dijo: “Pero si es un ingrato, Madre mía; ha renegado de mí”. Mas como María no dejaba de suplicarle, al fin le dijo: “Madre mía, jamás te he negado nada; sea perdonado ya que tú me lo pides”.

Todo esto lo estaba observando providencialmente el señor que había comprado la hacienda del joven. Y viendo la piedad de María con aquel pecador y como tenía una hija única se la dio por esposa, haciéndolo heredero de todos sus bienes. Y así aquel joven recuperó, gracias a María, la gracia de Dios y hasta los bienes temporales.

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