Glorioso y admirable es tu nombre, ¡oh María! –exclama san
Buenaventura–. Los que lo pronuncian en la hora de la muerte
no temen, pues los demonios, al oírlo, al punto dejan tranquila el alma”. Muy
glorioso y admirable es tu nombre, oh María; los que se acuerdan de
pronunciarlo en la hora de la muerte no tienen ningún miedo al infierno, porque
los demonios, en cuanto oyen que se nombra a María, al instante dejan en paz a
esa alma. Y añade el santo que no temen tanto en la tierra los enemigos a un
gran ejército bien armado, como las potestades del infierno al nombre de María
y a su protección. “Tú, Señora –dice san Germán–, con la sola invocación de tu
nombre potentísimo aseguras a tus siervos contra todos los asaltos del enemigo.
¡Ah!
Si las criaturas tuvieran cuidado de invocar el nombre de María con toda
confianza, en las tentaciones, ciertamente, nunca caerían. Sí, porque como dice
el beato Alano, al oír este sublime nombre huye el demonio y se estremece el
infierno. “Satán huye y tiembla l infierno cuando digo: Ave María”. También
reveló la misma reina a santa Brígida que hasta de los pecadores más perdidos y
más alejados de Dios y más poseídos del demonio huye enseguida el enemigo en
cuanto sienten que ellos invocan en su ayuda con verdadera voluntad de
enmendarse el poderosísimo nombre de ella. Pero añadió la Virgen que los
demonios, si el alma no se enmienda y no arroja de sí el pecado con la
contrición, pronto retornan y siguen poseyéndola.
En
Reischersperg vivía Arnoldo, canónigo regular muy devoto de la santísima
Virgen. Estando para morir recibió los santos sacramentos y rogó a los
religiosos que no le abandonasen en aquel trance. Apenas había dicho esto, a la
vista de todos comenzó a temblar, se turbó su mirada y se cubrió de frío sudor,
comenzando a decir con voz entrecortada: “¿No veis esos demonios que me quieren
arrastrar a los infiernos?” Y después gritó: “Hermanos, invocad para mí la
ayuda de María; en ella confío que me dará la victoria”. Al oír esto empezaron
a rezar las letanías de la Virgen, al decir: Santa María, ruega por él, dijo el
moribundo: “Repetid, repetid el nombre de María, que siento como si estuviera
ante el tribunal de Dios”. Calló un breve tiempo y luego exclamó: “Es cierto
que lo hice, pero luego también hice penitencia”. Y volviéndose a la Virgen le
suplicó: “Oh María, yo me salvaré si tú me ayudas”.
Enseguida
los demonios le dieron un nuevo asalto, pero él se defendía haciendo la señal
de la cruz con un crucifijo e invocando a María. Así pasó toda aquella noche.
Por fin, llegada la mañana, ya del todo sereno, Arnoldo exclamó: “María, mi
Señora y mi refugio, me ha conseguido el perdón y la salvación”. Y mirando a la
Virgen que le invitaba a seguirlo, le dijo: “Ya voy, Señora, ya voy”. Y
haciendo un esfuerzo para incorporarse, no pudiendo seguirla con el cuerpo,
suspirando dulcemente la siguió con el alma, como esperamos a la gloria
bienaventurada.
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