Santa Isabel, Reina de Portugal, había
perdido recientemente a su hija Constanza, Reina de Castilla. Ella estaba en camino a Santaremo por una vía
que conducía a través de un bosque, cuando de repente un ermitaño saltó desde
detrás de un árbol. Él persiguió el
coche real, solicitando hablar con la Reina.
A pesar de las protestas de sus guardias, la Reina pidió al conductor
que pare el coche. El ermitaño explicó
cómo su hija Constanza, cubierta en llamas, se le había aparecido. Ella le rogó a él que le dijera a su madre
que ella estaba sufriendo tormentos indescriptibles en el Purgatorio y que
necesitaba que se celebraran por ella Misas diarias durante todo un año. El ermitaño dejó a la Reina y no se le volvió
a ver.
Las cortesanas que le habían visto se
burlaban de él y lo trataban como un tonto y manipulador. La Reina, sin embargo, sentía que era mejor hacer lo que le había pedido
aquel hombre poco común. "Después
de todo," pensó ella, "ofrecer Misas por mi hija tiene sentido
cristiano."
Al Padre Fernando Méndez, famoso por
su piedad, se le solicitó celebrar las 365 Misas por el descanso del alma de Constanza. Santa Isabel oró por su hija, pero pronto se
olvidó de las Misas que había encargado.
Un día Constanza se le apareció a su madre, vestida de blanco y radiante
como el sol. Ella dijo, "¡Ahora
estoy subiendo a la eterna bienaventuranza!" A la mañana siguiente, Isabel fue a la
iglesia a dar gracias a Dios por la liberación de su hija. El Padre Méndez la vio y le dijo que él había celebrado
la última de las 365 Misas el día anterior... En el mismo momento de la
liberación de su hija... ¡Entonces Isabel se acordó del ermitaño!
OREMOS - Tan culpables como las almas
del Purgatorio puedan parecer en tus ojos, oh Dios de Misericordia, permítete
ser apaciguado y perdónalas. Contempla
la Preciosa Sangre de tu Hijo ser derramada cada día sobre el altar para
limpiarlas de sus pecados. Escucha la
voz de la adorable Sangre que no grita por venganza, sino por gracia y
misericordia. ¡Oh Jesús, Cordero más
puro que quita los pecados del mundo, sé el Conciliador de mis queridos
hermanos difuntos! ¡Que ellos sean
liberados y que descansen en paz a tu lado!
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