la caridad, no
es envidiosa, porque desconoce la emulación mundana de las grandezas terrenas,
que, lejos de desear, desprecia. Ante todo, es menester distinguir dos suertes
de envidia, buena la una y la otra mala. Ésta se entristece ante los bienes
terrenos que otros poseen en el mundo. Luego la envidia santa es la que, en
lugar de envidiar, compadece a los grandes del mundo que viven entre honores y
placeres terrenales. Únicamente busca a Dios y no pretende en esta vida más que
amarlo cuanto le sea dable; de ahí que ande santamente envidiosa de quienes la
venzan en amor, pues en él quisiera aventurar a los propios serafines.
Éste es el único fin que se proponen en la tierra las almas santas, fin de que de tal modo enamora y hiere de amor al corazón de Dios, que le hace prorrumpir en estas expresiones: “Me robaste el corazón, hermana mía, esposa; me robaste el corazón con una sola mirada de tus ojos” .
Este mirar de la esposa significa el único fin que ha de tener el alma en cuanto piense y obre, que es agradar a Dios. Los mundanos en sus acciones miran las cosas con muchos ojos, esto es, con muchas intenciones desordenadas, de agradar al mundo, conquistar honores, allegar riquezas o al menos complacerse en sí mismos, en tanto que las almas buenas no tienen más que la mira de agradar a Dios en todas sus acciones y repiten con David: “¿Quién sino tú hay para mí en los cielos? Y si contigo estoy, la tierra no me agrada...; roca y parcela mía Dios por siempre-
. Y ¿qué otra cosa he de querer, Dios mío, sino a vos solamente en este mundo? Sólo vos sois mi riqueza, sólo vos el único Señor de mi corazón. «Conserven enhorabuena –decía San Paulino– sus riquezas terrenas los poderosos, guárdense sus reinos los monarcas, que vos, Jesús mío, sois mi tesoro y mi corona».
Nótese que no basta ejecutar buenas obras, sino que hay que ejecutarlas bien. Para que nuestras obras sean buenas y perfectas es preciso hacerlas con el recto fin de agradar a Dios. Tal fue la gran alabanza que se dio a Jesucristo: “Todo lo ha hecho bien” .
Acciones habrá que en sí sean laudables, mas
porque se ordenan a otro fin que el de la gloria de Dios, de poco o ningún
valor serán ante Él. Decía Santa María Magdalena de Pazzi: «Dios recompensa
nuestras acciones a peso de rectitud»; es decir, que según sea la rectitud de
la intención, así Dios tendrá por buenas y recompensará nuestras obras. Pero
¡ah, Dios mío, y cuán difícil es hallar una obra hecha tan sólo por Dios! Me
acuerdo ahora de un santo religioso, ancianito él y muerto en olor de santidad,
después de una vida de trabajos por la gloria de Dios; cierto día me decía,
triste y turbado por la ojeada que acababa de echar a su vida: «Padre mío, de
todas las obras de mi vida no hallo ni una que haya sido hecha puramente por
Dios». ¡Maldito amor propio, que echa a perder todo o la mayor parte del fruto
de nuestras buenas acciones! ¡Cuántos predicadores, confesores, misioneros, se
fatigan en los más santos ministerios, y al cabo poco o nada recogen para el
cielo, porque no tienen por única mira a Dios, sino más bien la gloria mundana,
los intereses o la vanidad de la ostentación o, al menos, de su natural
inclinación!
Es sentencia del Señor: “Mirad no obréis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de lo contrario, no tenéis derecho a la paga cerca de vuestro Padre, que está en los cielos”
}Los que se fatigan por satisfacer sus gustos naturales, en ello reciben el premio y “firman el recibo de su paga”.
Paga, sin embargo, exigua, que se reduce a
un poco de humo y a una efímera satisfacción, que presto pasa, sin dejar nada
de provecho en el alma. Dice el profeta Ageo que quienes trabajan, mas no para
complacer a Dios, ponen sus ganancias en saco roto, que cuando se abre no se
halla nada. Y de ello proviene que estos tales, si después de tanto trabajo no
alcanzan el apetecido resultado, se desaniman; prueba de que no tenían por
finalidad la sola gloria de Dios: quien obra sólo por esa divina gloria, aunque
no tenga el apetecido éxito, no se turba, pues al fin logró el fin que se
prefijara, que era agradar a Dios por medio de su rectitud de intención.
Comentarios
Publicar un comentario