Una monja santa había estado cuidando
a una mujer joven y pobre durante algún tiempo. Esta última estaba en un estado
físico y espiritual terrible. Un estilo
de vida escandaloso había dado lugar a una enfermedad vergonzosa, la cual la
hizo objeto de asco por todos. La
infección que ella estaba propagando llevó a sus vecinos a obligarla a estar
confinada en una sala de aislamiento. Su
carácter era tan irascible que el único que podía superar las náuseas
provocadas por su condición, era la monja santa que, como un ángel, la visitaba. Ella le llevaba ropa limpia y algo de
alimento. Sin embargo, la única compensación
que ella recibió por estos actos de misericordia eran insultos. Cuando la monja le habló a ella acerca de
Dios, ella respondía con maldiciones.
Una noche, la joven mujer sufrió un
ataque horrible y murió a los pocos minutos.
En el borde de la muerte, se acordó de la misericordia de Nuestra
Señora, la cual ella había invocado cuando era joven. Ella dijo: "Tú que no rechazas ni
siquiera a aquellos que el mundo abandona, Madre llena de ternura, ven en mi
ayuda; si me abandonas, estoy perdida."
María vino a ella, la inspiró a hacer un acto de contrición, y la salvó
del Infierno. A la mañana siguiente, su
espantoso cuerpo fue encontrado en el piso de su celda. Todos los que estaban presentes la consideraban
un alma perdida. La monja que había
estado cuidando de ella estaba tan convencida de su condenación que la borró de
su mente.
Un día, esa alma, de quien ella
pensaba que estaba condenada, se le apareció con el permiso de Dios y dijo:
"Usted está orando por todos. ¿Por
qué me ha olvidado?” “¡Qué!" Dijo
la monja," ¿Está usted en el Purgatorio?"
La abatida pecadora le contó a ella
acerca del milagro de salvación que había obtenido en el momento de su
muerte. Ella le suplicó por oraciones
para que pudiera ser liberada del Purgatorio, así como ella había sido salvada
del infierno. La monja le rezó
fervorosamente a Nuestra Señora; y pronto, en una segunda aparición, ella vio que
sus oraciones habían sido respondidas, ya que Nuestra Señora misma estaba conduciendo
a esa alma al Cielo.
Querida María, gracias por tu bondad.
OREMOS - Nosotros te saludamos, María, Reina de Misericordia, vida, dulzura
y esperanza nuestra, no sólo en este valle de lágrimas, sino también en ese
lugar de expiación. Te saludamos, te
clamamos a ti, Oh Consoladora de los afligidos; Nosotros lloramos, y suspiramos
por nuestros hermanos que sufren en el Purgatorio. ¡Oh Abogada nuestra, míralos con misericordia,
y muéstrales el fruto de tu vientre, Jesús! ¡Te suplicamos por esta gracia, oh
Reina piadosa y dulce Virgen María!
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