Si nos acercamos a la orilla de un río pensemos: "Nuestras vidas son las aguas que van corriendo hacia el mar que es el morir. Allá nos encontraremos con el océano infinito que es el Poder y la Bondad de Dios...
Al ver una imagen de la Virgen Santísima recordemos que esta buena Madre nos espera en el cielo y está pronta a venir a ayudarnos a la tierra cada vez que pidamos su poderosa protección. Otro tanto pensemos al ver la imagen de algún ángel o de un santo.
Al ver volar una paloma pensemos en el Espíritu Santo, y al contemplar una madre abrazando a su hijo recordemos lo que dice Dios en la Sagrada Escritura: "Como una madre consuela a su hijito, así Yo consolaré a mis fieles"
El Salmo 18 le hace a Dios una importante petición: "Oh Señor: que te sean tan agradables las palabras de mi boca, y para ello, que te sean agradables también los pensamientos de mi corazón". La lengua del ser humano para que se contenga dentro de los límites de la prudencia debe ser gobernada cuidadosamente porque todos somos inclinados a hablar más de lo debido y a decir lo que no conviene. O como dice el apóstol Santiago: "Los seres humanos somos capaces hasta de domar las mismas fieras. Pero lo único que no logramos dominar completamente es la propia lengua" .
El mucho hablar proviene casi siempre de una falta de dominio de sí mismo. Y así como no se logra tener control de la lengua, así tampoco se logran controlar otras inclinaciones indebidas de la naturaleza. El mucho hablar proviene también del gusto que se siente por escucharse así mismo, olvidando que los demás no sienten al oírnos la misma satisfacción que nosotros sentimos al hablar.
De esos sacos llenos de palabras no hay que confiarse mucho, dicen los psicólogos. El hablar en demasía puede provenir que estamos muy enamorados de nuestro propio parecer y queremos imponerlo a otros, pretendiendo dominar en la conversación y que todo mundo nos escuche como maestros.
La locuacidad o costumbre de hablar demasiado, trae dañosas consecuencias. Lleva a la pereza (El locuaz tiene más larga la lengua que la mano, dice el refrán, con lo cual se quiere decir que su obras no equivalen a sus palabras). En el mucho hablar no faltará pecado, afirma el libro de los Proverbios. Es que la locuacidad lleva a decir mentiras, a murmurar, a contar lo que se debería callar, a pronunciar palabras inútiles y hasta dañosas. Con razón recomendaba san Bernardo: "Hay que comprarle a Dios con la oración la gracia de hablar para hacer mucho bien, y nunca el mal".
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