Mientras Perpetua estaba en la cárcel, tuvo una visión

 

 


En su lecho de muerte, Santa Mónica llamó a su hijo Agustín.  "Hijo mío," dijo, "me estoy muriendo en paz.  He obtenido de Dios lo que he esperado por toda mi vida.  Sí, hijo mío, me estoy muriendo en paz.  ¡Querido Agustín!  Cuando haya tomado mi último aliento, no olvides en tus oraciones a los pies de la Cruz a la que fue dos veces tu madre.  Recuerda el alma de Mónica."

Abrumado, Agustín sólo podía contestar con lágrimas, y su madre murió en la alegría de Cristo.  Durante los últimos veinte años de su vida, nunca dejó de orar y celebrar Misas por el descanso de aquella a quien tanto había amado.  Hizo aún más.  Pidió a todos los sacerdotes que conocía y a todos aquellos que leerían sus obras durante los siglos por venir, que recordaran a su madre Mónica.  ¡Esa multitud de oraciones sin duda abrirían las puertas del Cielo a ella!

 Las oraciones por los difuntos tienen un efecto poderoso.  Un ejemplo más revelador es el que se informa en las Actas del Martirio de Santa Perpetua.  Esta mártir africana murió por Cristo durante el siglo III.

 Mientras Perpetua estaba en la cárcel, tuvo una visión: vio a su joven hermano Dinócrates, quien habían muerto siete años antes, aparecer en un campo sombrío y acercarse a una cisterna llena de agua.   Esa cisterna era demasiado alta para él; y al no poder llegar al agua, él miró a su hermana implorando.  Perpetua entendió que su hermano estaba sufriendo en expiación por los pecados que había cometido durante su vida.  Ella procedió a ofrecer oraciones y sacrificios por esa alma joven.

 

Poco tiempo más tarde a Perpetua se le concedió otra visión.  Ella vio una vez más a Dinócrates, pero esta vez él estaba de lo más alegre.  Estaba sacando cubos de agua de la cisterna, la cual había sido rebajada para él.  La oscuridad en la que se le había visto fue reemplazada por una luz brillante, la cual irradiaba todo a su alrededor.  Él había sido liberado de sus tormentos por las oraciones de su hermana.  La imagen de esta visión es expresada por la Iglesia, cuando Ella le pide a Dios conceder a las almas de los difuntos  "aquel lugar de refresco, de luz y de paz."

 

Sigamos el ejemplo de San Agustín.  Oremos sin cesar por las almas de nuestros queridos seres amados.  Si nuestra madre ha muerto, ¡nunca la olvidemos!  Incluso si ella ya está en el Cielo, nuestras oraciones serán beneficiosas para ella conforme interceda por nuestras intenciones ante el trono de Dios.

 

OREMOS - Señor Jesús, Tú que dijiste: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá."  Te ruego, por los méritos de tus Santas heridas, que tengas misericordia de esas pobres almas que se consumen en el Purgatorio.  No rechaces mis oraciones, oh tierno y amoroso Salvador.  Escucha mis ruegos y abre las puertas del Cielo a mis desafortunadas amigas y familiares.   ¡Que la luz que nunca muere brille sobre ellas!  ¡Que descansen en la paz eterna!

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