Cuidado con los recuerdos amargos. Para evitar ese mal tan dañoso que es la inquietud conviene alejar de nuestra mente esos recuerdos amargos y tristes que quieren anidarse allí como roedores dañinos. El vivir pensando en eso, lo que obtiene es que se graben de tal manera en la mente que ya después no seremos capaces de alejarnos de allí. Y son recuerdos que en vez de contribuir a volvernos mejores, lo que hacen es llenar el alma de vanas inquietudes y de inútiles amarguras. ¿Que alguien nos humilló y nos atacó injustamente? Pues con eso hizo crecer nuestra humildad y nos ejercitó en la paciencia. ¿Que hemos cometido muchos y graves pecados en la vida pasada? ¿Pero ya los confesamos y le hemos pedido muchas veces a Dios que nos perdone? ¿Para qué seguirlos recordando? Más bien sumerjámoslos en el océano inmenso de la bondad y de la misericordia de Dios y así se cumplirá lo que prometió el profeta Miqueas: "Tú, oh Dios, arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados para no volverlos a recordar" .
¿Para qué seguir atormentándonos con estos recuerdos de un pasado que ya por más que nos angustiemos no podemos cambiar ni hacer que no haya sido así? Confiemos el pasado en manos de Dios y dediquémonos a vivir alegres y optimistas el presente, esforzándonos por agradarle con nuestro buen comportamiento.
¿ Que tuvimos tremendas imprudencias que nos ocasionaron enormes pérdidas? Aprovechemos esta amarga experiencia para aprender lecciones para el futuro, pero no nos amarguemos llorando por la leche derramada, que con llorar no vamos a lograr recoger nada. Volvamos a empezar animosos, pues son muchas las personas que en una imprudencia perdieron los ahorros de toda una vida y luego con la ayuda de Dios lograron reponerse y volver a surgir. Pero si nos dejamos llevar por la preocupación y la depresión acabaremos con nuestra salud nerviosa, acortaremos nuestra vida, y con esos afanes nada lograremos remediar, san Pedro dice: "Coloquemos nuestras preocupaciones en manos de Dios, que Él se interesa por nosotros" .
Analicemos nuestros remordimientos. Si ellos nos llevan a confiar más en la divina misericordia de Dios, a pedirle perdón y a empezar una vida más virtuosa, a ser más humildes y más compresivos con los demás, entonces sí son provechosos. Pero si solamente nos llenan de amargura y desánimo, rechacémoslos como venidos del mal espíritu, porque pueden ser sugestiones del enemigo para hacer que vivamos llenos de inútil inquietud.
Cuando recordemos hechos dolorosos, analicemos si el recuerdo de estos hechos nos sirven para atacar nuestro orgullo y amor propio que es el enemigo más temible que tenemos. Si su recuerdo nos lleva a tener más gratitud a Dios y menos confianza en nuestras solas fuerzas. Si al recordar estos hechos nos movemos a pedir más la ayuda de Dios y su perdón. En esos casos son recuerdos provechosos. Pero si por el contrario al recordar esos acontecimientos amargos nos inquietamos, nos desanimamos, nos volvemos más miedosos para obrar el bien y más pesimistas, y nos llenamos de rencores y de deseos de venganza, nos llegan la impaciencia, la amargura y el airado rechazo por lo que nos ha hecho sufrir, entonces sí, mucho cuidado, que por allí anda el ángel de las tinieblas que es triste todos los días y minutos de su vida y quiere contagiarnos de su tristeza y de su amargura. Dios es paz, y sus pensamientos son de paz y no de amargura. Repitamos las palabras que acostumbraba decir una santa: "Tristeza y melancolía, fuera del alma mía".
Vivir recordando con disgusto el pasado es una tristeza inútil. Ni un milímetro cambiará ya. En cambio que consolador es recordar lo que dice el libro del Apocalipsis, que al final de nuestro tiempo se abrirá el Libro de la Vida donde está escrito todo lo que hemos sufrido y a cada uno se le pagará según sus méritos. Qué consuelo pensar que ninguno de nuestros sufrimientos habrá sido olvidado por Dios. Él permitió que nos llegaran, sabrá premiarlos muy bien y su premio será eterno y maravilloso. Un recuerdo como éste sí hace provecho al alma y llena de entusiasmo.
"Siete veces cae el justo, pero otras tantas veces se levanta. "Dice el Libro de los Proverbios y cómo lo más grave no es caer en debilidades y miserias sino quedarse caído y no levantarse a tiempo, añade: "En cambio el imprudente se queda hundido en su miseria espiritual"
Cuando cometemos alguna falta, ya sea por irreflexión o sorpresa, ya sea con malicia y premeditación, lo importante es no desanimarse, no dejar de luchar por recuperar de nuevo la amistad con Dios, la paz y pureza del alma. Cuando nos suceda hacer o decir o pensar algo que va contra la ley de Dios, tenemos que decirle humildemente a Nuestro Señor: "Oh Dios mío: acabo de demostrar lo que soy: miseria, debilidad, mala inclinación. Pero ¿qué más podía esperarse de una creatura tan miserable y débil como yo, sino caídas, infidelidades y pecados?".
Luego dediquemos algunos momentos a considerar cuán débil y mal inclinados somos y cuán vil y miserable es nuestra naturaleza pecadora, y sin desanimarnos enojémonos santamente contra las pasiones y malas costumbres, y exclamemos: "No me habría detenido si tu bondad infinita, Dios mío, no me hubiera socorrido, sino que habría cometido faltas aún mucho más graves".
Y démosles gracias a Dios por habernos perdonado tantas veces para que se cumpla lo que dijo Jesús: "A quien mucho se le perdona, mucho ama".
Admiremos su infinita bondad que nos ha soportado con tan admirable paciencia hasta el día de hoy y pidámosle que no nos suelte jamás de su santa mano, porque si nos suelta nos hundimos en el abismo de todos los vicios.
Digámosle frecuentemente la oración del publicano del evangelio: "Misericordia Señor que soy un pecador" .
Y añadámosle: "Oh Señor: no permitas que jamás me aparte de Ti. Hemos pecado y cometido iniquidad, pero tu misericordia es más grande que nuestra miseria, y tu poder muchísimo más grande que nuestra debilidad. No te fijes en la infidelidad, sino en el deseo que tenemos de recobrar tu divina amistad".
Algo que no conviene. No nos detengamos a pensar si Dios nos habrá perdonado o no. Esto nos puede traer inquietud y pérdida de tiempo. Si estamos arrepentidos. Si tenemos propósito firme de no seguir cometiendo estas faltas, si pedimos perdón humildemente al Señor y nos confesamos a su debido tiempo, no sigamos dudando si Dios sí nos perdonó o no. Él nos sigue repitiendo las palabras que dijo por medio del rey David: "Un corazón humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia" .
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