¡Oh Verbo eterno!, treinta y tres
años pasasteis de sudores y fatigas, disteis sangre y vida para salvar a los
hombres, ¿Cómo, pues, puede haber
hombres que aún no os amen? ¡Ah, Dios mío!, que entre estos ingratos me
encuentro yo. Confieso mi ingratitud, Dios mío; tened compasión de mí. Os
ofrezco este ingrato corazón ya arrepentido. Sí, me arrepiento sobre todo otro
mal, querido Redentor mío, de haberos despreciado. Me arrepiento y os amo con
toda mi alma.
Alma mía, ama a un Dios sujeto
como reo por ti, a un Dios flagelado como esclavo por ti, a un Dios hecho rey
de burlas por ti, a un Dios, finalmente, muerto en cruz como malhechor por ti.
Sí, Salvador y Dios mío, os amo,
os amo; recordadme siempre cuanto por mí padecisteis, para que nunca me olvide
de amaros.
Cordeles que atasteis a Jesús,
atadme también con Él; espinas que coronasteis a Jesús, heridme de amor a Él;
clavos que clavasteis a Jesús, clavadme en la cruz con Él, para que con Él viva
y muera.
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