El Concilio de Trento decretó:
"Creemos que las almas detenidas en el Purgatorio son aliviadas por los
sufragios de los fieles." Es así
cómo la Iglesia, en su Divina y magnífica unidad, incluye a los cristianos de
todas las épocas y de todas las clases.
La caridad, que los enlaza y que une su riqueza espiritual, es
compartida no sólo entre los vivos, sino más allá de la tumba, llegando a
aquellos que han muerto en la paz del Señor.
"La caridad," San Pablo nos dice, "no es como la fe y la
esperanza que mueren con nuestro último aliento. Sobrevive nuestra muerte y nunca muere.” De esta manera, aquellos que son justos no son
separados de la Iglesia después de su muerte, ni tampoco son retirados de la
Comunión de los Santos. Ellos siguen
siendo nuestros hermanos, nuestras hermanas y nuestros amigos. Junto con los elegidos en el Cielo, los ángeles
y los santos, también nosotros podemos librar a las almas del Purgatorio. Además, los ángeles y los santos sólo pueden
ofrecer sus oraciones, mientras que nosotros podemos ofrecer obras de caridad,
de amor y de buenas intenciones, "Dios nos ha dado tanto poder sobre el
destino de los difuntos," dice el Padre Faber, "que ellos parecen
depender más de la tierra que del Cielo.
¡Tal es la doctrina de la Iglesia!
Tal es el conmovedor apoyo mutuo de la Comunión de los Santos."
¡Qué alegría es esto para usted que está de luto por un padre, una madre, una esposa, un hijo! Usted todavía puede mostrarles signos de su amor a través de su devoción; usted puede ser su ángel de liberación. Apúrese entonces; rompa sus cadenas y pague sus deudas para que aquellas queridas almas puedan volar al cielo, al seno de la Iglesia Triunfante
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