No sólo podemos, sino que debemos acudir
en ayuda de esas almas del purgatorio que sufren.Se lo
debemos a Dios, nuestro buen y tierno padre.Él las ama como a sus esposas y desea en gran medida abrir las puertas
del Cielo para ellas, pero se opone a su Justicia.Así Él se voltea hacia nosotros y nos suplica
que las ayudemos; Él nos da los medios y considera que se lo han hecho a Él lo
que nosotros podríamos hacer por las más culpables, las más sufrientes entre
ellas.
Se lo debemos a esas pobres almas en
el exilio.Algunas de ellas, tal vez un
gran número de entre ellas, están ahí sufriendo debido a nosotros, debido a nuestra
negligencia, nuestro mal consejo, nuestro escándalo.Sin embargo, ¿No vamos a hacer nada para
aliviar su tormento?¿Nosotros nos
atreveríamos a decir, "Yo soy inocente de las lágrimas derramadas por esa
alma?"Por último, nosotros nos lo
debemos a nosotros mismos.No olvidemos
que un día, quizás más pronto de lo que pensamos, necesitaremos tener obras de
caridad ofrecidas por nosotros, obras que podríamos haber hecho nosotros mismos
por los demás.San Ambrosio nos dijo:
"Todo lo que la compasión nos inspire hacer por los difuntos se convierte
en obras de mérito para nosotros; y al final de nuestra vida, recibiremos cien
veces lo que hemos dado." Pregúntale
a tu conciencia. ¿Has entendido este importante deber y lo has puesto en práctica
hasta la fecha?¿Piensas a menudo, piensas
diariamente en las almas que sufren en el Purgatorio?De ahora en adelante, ten para con ellas esa
caridad que Dios manda y bendice; esa caridad que abre las puertas del Cielo
para aquellos que la practican y para aquellos por quienes es ofrecida; esa
caridad que es el pasaporte del cristiano para el otro mundo.
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