La existencia del diablo, ó sea de un espíritu superior que seguido de otros se rebeló contra Dios y fué condenado por ello al fuego eterno, donde se le permite continuar ejerciendo contra Dios y contra nosotros su rebeldía, es un dogma de fe católica. La doctrina católica enseña, además de la existencia del diablo, su intervencion constante en nuestros asuntos para inducirnos al error y al pecado en odio contra Dios y contra nuestras almas. Y de tal suerte enseña la Iglesia esta intervencion real, efectiva y cotidiana del demonio en nuestros asuntos, que tiene prevenidos en un ritual una porcion de exorcismos para conjurarlo en casos determinados. Hasta en muchos casos puramente naturales admite la Iglesia como posible la intervencion diabólica, como son tempestades, enfermedades, . Esta creencia en el diablo y en su poder, permitido y limitado por Dios, esta creencia en su intervencion práctica y ordinaria en muchos de los lances de nuestra vida, pertenece á la doctrina católica, y solo una ilustracion pedantesca ó un total desconocimiento de las ciencias teológicas, ó lo que es mas frecuente cierto principio de incredulidad, pueden inducir á muchos católicos á considerarlo como supersticion de mujeres. Sucede con esto una cosa muy lamentable. Cierta clase de católicos (que no sé por qué se llaman tales) han dado en la flor de considerar al demonio como un personaje gracioso de comedia, dispuesto siempre à enredar entre bastidores, y á hacer desternillar de risa al público con sus chistes y bufonadas. Sé que esta tradicion dramática data de los albores de nuestro teatro nacional y se halla en todos nuestros autos sacramentales, pero no por esto la encuentro más justificada. No, por Dios: el espiritu maligno es cosa muy séria para que sirva de muñeco de diversion á los niños grandes, que necesitan divertirse con bufonadas; el desventurado que lanzó el primer grito de apostasía contra Dios, y que desde entonces capitanea la guerra eterna que se hace desde acá abajo contra él y su repre sentante la Iglesia, no debe ser el polichinela de nuestros dramas. Resultado de esto es que el diablo y todo cuanto se refiere á sus operaciones no sea para dichos católicos á su modo más que una mitología de más ó menos buen gusto, un resorte épico ó dramático con que introducir lo maravilloso en un poema; no un hecho real, viviente en medio de nosotros, y, sobre todo, de una influencia eficaz y positiva, ni más ni menos que la del sol, de las estrellas, y de las demás criaturas que pueblan el universo. Hay en muchas almas católicas un gran fondo de incredulidad. La maldita manía de aparentar luces y despreocupacion, el necio desden por las doctrinas antiguas, por el mero hecho de no ser nuevas, el afan de distinguirse de lo que se llama ranciedades del escolasticismo, han dado márgen á todo esto. La creencia en el diablo y en sus operaciones aun en el órden natural, pertenece, pues, á la doctrina católica, y no puede negarse sin apartarse de ella. Pero si damos un paso más, verémos que pertenece tambien á la verdad histórica, en esto como en todo acorde con las enseñanzas de la teología.
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