¡Y cuánta imperfección en muchas confesiones!

 


  • Pues mucho mejor perdona Dios a quien, en el tribunal de la penitencia, se confiesa reo y no se excusa.
  • ¡Y cuánta imperfección en muchas confesiones! Porque hay quienes, en vez de hablar de sus pecados al confesor, van contándoles cuatro cosas buenas que hacen: “Padre, yo voy a misa todos los días y rezo el rosario; blasfemias no digo, ni juro, ni tampoco robo”. Bueno, y todo eso ¡para qué! ¿Para que te alabe el confesor? Confiésate de tus pecados, examínate y verás si no hay en ti miles de faltas que debes corregir: murmuraciones, palabras deshonestas, mentiras, imprecaciones, rencores, sentimientos de venganza.
  • Otros hay que, en vez de acusarse, van a defender sus pecados y a justificarse delante del confesor: “Padre, he dicho blasfemias, pero es que tengo un amo insoportable; tengo odio a una vecina, pero es que me insultó; he pecado con un hombre, pero es que no tenía que comer...” ¿Piensas que te va a servir para nada una confesión semejante? ¿Qué es lo que pretendes? ¿Buscas por ventura que el confesor apruebe lo malo que hiciste? Escucha estas palabras de San Gregorio: “Si te excusas. Dios te acusará; si te acusas, Dios te excusará”. Se quejó amargamente el Señor a Santa María Magdalena de Pazzi de aquellos penitentes que en la confesión se excusan de sus pecados echando la culpa a los demás: “Fulanito me puso en la ocasión; zutanito me tentó...”. Con lo cual hacen de la confesión fuente de nuevos pecados, pues por excusar los suyos, quitan la fama al prójimo sin necesidad. Habría que hacer con estas personas lo que se cuenta que hizo un confesor con una mujer que, para disculpar sus pecados, confesaba todos los de su marido.
  • — De penitencia —le dijo el confesor— rezará usted por sus pecados una Salve y ayunará durante todo un mes por los pecados de su marido.
  • —Pero, Padre, ¿por qué he de hacer yo penitencia por los pecados de mi marido?
  • —Hija, ¿y por qué los confiesa, buscando vuestra defensa a costa de él?
  • Hermanas mías, desde hoy confesad únicamente vuestras propias culpas y no las culpas de los demás, y decid: Padre, no fue el compañero, ni la ocasión, ni el demonio; yo he sido, yo, quien por mi propia malicia he ofendido a Dios.

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