Padre, yo no quisiera ofender a Dios

 


Dolor y propósito van inseparablemente unidos; por eso el dolor se define una detestación del pecado cometido, con propósito de no volver a cometerlo más.

No se concibe en el alma verdadero dolor de sus pecados sin un propósito de no volver a ofender a Dios.

Pero para que el propósito sea verdadero ha de tener estas tres condiciones: que sea firme, universal y eficaz.

        Ha de ser firme, de suerte que el penitente esté resuelto a padecer cualquier mal antes que ofender a Dios.

Hay quienes dicen:

 Padre, yo no quisiera ofender a Dios, pero las ocasiones, mi propia debilidad, me harán caer; yo quisiera..., pero me va a ser difícil mantenerme fiel.

Hijo mío, tú no tienes propósito verdadero, y por eso dices quisiera, quisiera. Pues has de saber que de estos quisiera está lleno el infierno. Esa tu disposición se llama veleidad y no propósito.

El verdadero propósito, como acabo de decir, es una firme resolución de la voluntad de sufrir cualquier mal antes que tornar al pecado. Es cierto que nos rodean las ocasiones malas y que somos débiles, sobre todo si hemos contraído la costumbre de algún vicio; y cierto, por otra parte, que el demonio tiene mucho poder, pero mayor es el de Dios, y con su ayuda podemos vencer todas las tentaciones del infierno. Todo lo puedo —decía San Pablo— en Aquel que me conforta (Fil. 4,13). Es verdad que siempre debemos temer de nuestra debilidad y desconfiar de nuestras propias fuerzas; pero también debemos confiar en Dios, con cuya gracia triunfaremos de todos los asaltos de nuestros enemigos. Invocaré a Yavé... —exclamaba David— y de mis enemigos seré salvo (Sal. 18,4). Quien a Dios se encomienda en las tentaciones, nunca jamás caerá.

—Padre, yo me he encomendado a Dios y, sin embargo, la tentación insistió.

—Pues insiste tú también en implorar el auxilio divino mientras dure la tentación, y no caerás. Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados sobre nuestras fuerzas: Fiel es Dios —dice San Pablo— y no ha de permitir que seáis tentados más de lo que podéis (1 Cor. 10-13). El ha prometido dar su ayuda a quien se la pide: Todo el que pide, recibe (Mt. 7,8). Y esta promesa la hace a todos: todo el que pide (sea justo o pecador) recibe. Así es que no hay excusa para el pecador, puesto que si a Dios acude. Dios extenderá su mano y lo sostendrá para que no perezca. Por eso el que peca, peca por su culpa, porque, una de dos, o es que no quiere implorar el auxilio de Dios, o es que no quiere servirse del auxilio que Dios le ofrece.

28.           2.º El propósito ha de ser universal, extendiéndose a todo pecado grave. Saúl recibió del Señor la orden de matar a todos los amalecitas y a todos sus ganados y quemar todos sus ajuares. Pero ¿qué hizo Saúl? Mató, si, muchos hombres y muchas bestias y quemó gran cantidad de cosas, mas perdonó la vida al rey y guardó lo más precioso del botín. Esta desobediencia le costó la maldición de Dios. Hay muchos pecadores que imitan a Saúl: se resuelven a no pecar, pero se reservan ciertas amistades peligrosas, ciertos rencores al prójimo con deseos de venganza. Es como si quisieran partir su corazón y dar la mitad a Dios y la otra mitad al demonio, con lo cual alegran al demonio, pero no a Dios.

Conocida es la historia de Salomón y de las dos madres que altercaban sobre la propiedad de sus hijos, uno muerto y otro vivo. Salomón decreta: córtese el niño vivo en dos partes y se entregue la mitad a la una y la mitad a la otra. La falsa madre callaba y holgábase de la sentencia, pero la verdadera madre exclamó: De ninguna manera, señor; antes que ver muerto a mi hijo, prefiero que lo lleve ella entero (3 Reg. 3,26). Por donde comprendió Salomón cuál era la verdadera madre del niño vivo y a ella se lo entregó. De la misma manera el demonio, que no es padre, sino enemigo nuestro, se alegra de llevarse parte de nuestro corazón; mas a Dios no le place el reparto; lo quiere todo para si. Nadie — dice Jesucristo— puede servir a dos señores (Mt. 6,24). Dios no admite servidores que pretendan servir a dos señores; El quiere ser nuestro único Señor, y con toda justicia se niega a compartir la posesión del hombre.

29.           Estamos, pues, en que el propósito debe ser universal, pormanera que se extienda a todos los pecados mortales. Digo mortales porque, tratándose de veniales, puede darse propósito de evitar unos sí y otros no, y, con tal propósito, ser buena la confesión.

No obstante, las almas temerosas de Dios se resuelven también a evitar todo pecado venial deliberado cometido a sabiendas, y de las faltas indeliberadas y hechas sin pleno conocimiento, su propósito es de cometer las menos posibles, porque querer evitarlas todas es imposible, dada nuestra natural flaqueza. Sólo María Santísima se vio libre de toda culpa venial aun indeliberada, según declaración del Concilio de Trento cuando dice: “...ser imposible evitar durante la vida todos los pecados, aun los veniales, si no es por especial privilegio de Dios, como de la bienaventurada Virgen afirma la Iglesia”. Esta es una de las razones más poderosas que demuestran la concepción inmaculada de la Madre de Dios, porque, de haber contraído la mancha original, no hubiera podido, naturalmente, verse libre de todo pecado venial, por lo menos de alguno indeliberado. Pasemos adelante.

 El propósito ha de ser eficaz, es decir, que mueva al alma a tomar los medios para evitar el pecado en lo venidero.

Uno de los medios más necesarios es apartarse de las ocasiones de pecar. Aquí hay que poner atención. ¡Si los hombres cuidasen de evitar las malas ocasiones, no caerían en tantos pecados y muchas almas se librarían de caer en el infierno! Poca ganancia hace el demonio sin la ocasión por aliada; pero cuando una persona se mete en ella voluntariamente, sobre todo en materia de impureza, la caída es moralmente inevitable.

  Hay que distinguir aquí la ocasión próxima y la remota.

Remota es la que en todas partes se presenta o, dicho de otra forma, aquella en que rara vez el hombre peca.

Próxima es la ocasión que de por si y de ordinario induce a pecar, como sería, por ejemplo, para un joven el trato frecuente y sin necesidad con mujeres procaces o de dudosa reputación.

También es próxima aquella en que uno muchas veces pecó.

Hay ocasiones que no son próximas para la generalidad y si en particular para alguna persona que en ellas, sea por mala inclinación, sea por la fuerza de un hábito vicioso contraído, cayó con frecuencia.

31.           Se hallan, pues, en ocasión próxima: a) los que retienen consigo en casa alguna persona con la que a menudo pecaron; b) los que concurren a aquellos lugares, públicos o particulares, donde muchas veces ofendieron a Dios con riñas, borracheras o deshonestidades; c) los que con ocasión del juego cometieron con frecuencia fraudes, provocaron altercados o blasfemaron.

Ahora bien, ninguno de éstos puede ser absuelto si no promete firmemente huir de la ocasión, pues el mero hecho de exponerse a ella, aunque ningún acto malo llegase a perpetrar, ya constituye para él pecado grave.

Y si la ocasión voluntaria es actualmente in esse , no puede ser absuelto el penitente, como enseñó San Carlos Borromeo en su Instrucción a los confesores, si antes no quita de hecho la ocasión, pues siendo esto cosa de mucho esfuerzo, si el penitente no lo hace antes de recibir la absolución, difícilmente lo hará después de absuelto.

   Mucho menos capaz de absolución es el que se resiste a dejar laocasión, contentándose con prometer no volver a las andadas. Dime, hermano, ¿pero tú crees que no va a arder la estopa puesta al fuego? Entonces ¿cómo te las prometes de no caer si te pones en la ocasión? Vuestra fortaleza —dice Isaías (1,31) — será igual a la pavesa de la estopa... Una y otra arderán en el fuego que nadie apagará. Nuestra fuerza será como la estopa, que arde en el fuego sin resistencia.

Obligado una vez el demonio a responder cuál era el sermón que más le disgustaba, dijo: ‘‘El sermón de las ocasiones”. Al demonio le basta con que no abandonemos la ocasión; todo lo demás —propósitos, promesas, juramentos— le tiene sin cuidado, porque mientras no se deje la ocasión se seguirá pecando. La ocasión, sobre todo en materia de impudicia, es a manera de venda en los ojos, que no nos deja ver nada, ni Dios, ni cielo, ni infierno. En suma, la ocasión nos ciega; y un ciego ¿cómo podrá atinar con la senda del cielo? Marchará por el camino del infierno sin saber adónde va. ¿Y por qué? Porque nada ve.

Quien se halla en ocasión debe esforzarse por apartarse de ella; de lo contrario, nunca romperá con el pecado.

        Insistimos en advertir que para ciertos individuos de torcidas inclinaciones o habituados a algún vicio, principalmente de lujuria, para ellos son próximas o cuasi próximas; y de ellas tienen que alejarse si no quieren volver de continuo al vómito de la culpa.


Pero, Padre —dirá quizá alguno—, yo no puedo desprendermede tal persona, no puedo salir de aquella casa sin grave perjuicio mío.

—Bien; esto quiere decir que la ocasión en que estás no es voluntaria, sino necesaria. Y si es necesaria y no la quieres dejar, debes procurar, por lo menos, convertirla en remota en el empleo de las oportunas cautelas.

¿Y cuáles son esas cautelas? Tres: frecuencia de sacramentos, oración y evitar toda familiaridad con el cómplice de tu pecado.

a)               La frecuencia de los sacramentos de la Confesión y Comunión sería, por una parte, el mejor remedio; pero hay que tener presente que en las ocasiones próximas necesarias de incontinencia es gran remedio diferir la absolución, a fin de que el penitente ponga mayor empeño en el uso de las otras dos cautelas, es decir, en encomendarse mucho a Dios y en huir del trato familiar a que antes aludimos.


  También es muy conveniente renovar, ya desde la mañana al levantarse, el propósito de no pecar; y luego, no sólo por la mañana, sino a menudo durante el día, invocar al Señor delante del Sagrario o a los pies de un crucifijo, así como también a María Santísima, pidiéndoles su auxilio para no reincidir.


   De suma importancia es la tercera cautela, que consiste en evitar toda familiaridad con la persona cómplice, no quedándose a solas con ella, procurando no fijar en su rostro la mirada y evitando hasta su conversación. Y si por necesidad hay que tratar con ella algún asunto, sea como a la fuerza y fingiendo repugnancia con cualquier pretexto. Esto es lo más importante para lograr que una ocasión próxima venga a ser remota; pero en la práctica será cosa difícil si el penitente recibió ya la absolución. Por lo cual conviene que en casos semejantes la difiera el confesor hasta tanto que la ocasión próxima no se haya trocado en remota, cosa que no se consigue ni en ocho ni en quince días, sino que hace falta un mayor espacio de tiempo.

35.  Y si acontece que, a pesar de cuantos remedios hemos dicho, continuara el penitente siempre igual en sus recaídas, ¿qué habría que hacer?

El único remedio que entonces queda es el que indica el Evangelio: Si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo, arráncalo y échalo lejos de ti (Mateo. 5,29), porque es preferible dice Jesucristo quedar sin un ojo por ir al cielo, que con los dos irse al infierno. Por consiguiente, la disyuntiva en estos casos es o alejarse de la ocasión, cueste lo que cueste, o condenarse

 La ocasión próxima voluntaria llámase in esse o continua cuando uno habitualmente o de continuo la tiene en sus manos, verbigracia, vivir con una manceba, tener en su propia biblioteca un libro pornográfico, etc.

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