Recuerde que estamos unidos a esas almas santas del purgatorio por una cadena espiritual Divina. Al igual que nosotros, ellas fueron creadas a imagen de Dios, fueron compradas por la Preciosa Sangre de Cristo, regeneradas por el agua del bautismo. Ellas han sido llevadas por el mismo seno que nosotros, aquel de la Iglesia: somos hijos de la misma madre. Al igual que nosotros, y tal vez a nuestro mismo lado, ellos se sentaron en la Santa Misa, donde recibieron la promesa sagrada de la vida eterna. Ellos trajeron con ellos a la siguiente vida las mismas esperanzas, las cuales apaciguan nuestro propio dolor durante nuestra peregrinación en la tierra. Como miembros del mismo Cuerpo y herederos del mismo Reino, ellos un día serán nuestros compañeros eternos. Pero entre ellos y nosotros hay esa diferencia en que ellos están tristes, cautivos, prisioneros, mártires, e impotentes de aliviar su propio sufrimiento. Ahora ellos deben esperar nuestra ayuda y consuelo. Debemos ayudarles.
¿No tienen ellos entonces el derecho a esperar nuestro amor y compasión? Si los hijos de una familia se aman tiernamente, si los dolores de uno se convierten en el sufrimiento del otro, ¿no sería lo mismo para los miembros de la Iglesia? ¿Dónde estaría nuestra caridad si no amaramos a esas pobres almas, abandonadas en su tormento? ¿Es posible para nosotros, como seres humanos y cristianos, ser insensibles a su situación apremiante? ¡Amémoslas como a nosotros mismos! Amémoslas como Jesús nos ha amado. De esta manera nosotros les traeremos a ellas alivio y liberación.
"Mis queridos hijos", escribió el apóstol Juan, poco antes de su muerte, "no sólo amemos de palabra, sino verdaderamente con obras."
Ellas Están Unidas a Nosotros por los Lazos de la Hermandad
Entre las voces que nos llaman, ¿no
oye usted la voz de un hermano, una hermana, un hijo, un cónyuge, a quien el
amor le había unido y la muerte había separado; la voz de una madre, un padre,
cuya sangre corre por sus venas? Esa
sangre, esa familia, ¿qué dicen? "Ven
en mi ayuda: He estado llamándote por tanto tiempo. Tú eres todo lo que tengo; y, sin embargo, no
vienes. Ven entonces con tu corazón, con
tu oración, con tu caridad, con tu devoción.
Ven y sácame de este pozo en llamas.
Ven y dame el Cielo, Dios, la eternidad. ¡Ven!"
¿Cómo podemos resistir esa llamada de aflicción, esa súplica urgente? ¿Es posible que nosotros hayamos podido contribuir
en el aumento del tiempo de permanencia en el Purgatorio de aquellos que nos
han amado tanto?
Comentarios
Publicar un comentario