Hombre de poca fe, tu madre está salvada

 


En 1864, un artista judío se convirtió durante una homilía sobre la Sagrada Eucaristía.  Después de ser bautizado, se retiró a un monasterio muy austero, donde finalmente murió.  Pasaba muchas horas cada día ante el Santísimo Sacramento y en sus efusiones de fervor, le pidió a Nuestro Señor, especialmente, por la conversión de su madre.  El no lo obtuvo, y su madre murió finalmente.  Atravesado por una espada aguda y amarga de remordimiento, ese hijo fiel fue y se arrodilló ante el Sagrario, y cediendo el paso a su pesar, dijo, "Señor, es cierto, te debo todo; pero ¿qué te he negado yo a ti?  Mi juventud, mis esperanzas, mi bienestar, lazos familiares, un retiro legítimo.  Yo sacrifiqué todo cuando Tú me llamaste.  Te hubiera dado hasta mi sangre si me lo hubieras pedido.  Ahora Tú, Señor, Tú Eterna Bondad que prometiste devolver el ciento por uno.  ¡Tú has rechazado el alma de mi madre!  ¡Dios mío, me muero por ese martirio, mi aliento se me escapa! "

 Las lágrimas estaban estrangulando aquel pobre corazón.  De repente, una voz misteriosa llegó al oído del hombre.  Dijo, "Hombre de poca fe, tu madre está salvada.  Has de saber que la oración tiene todo el poder sobre mí.  Reuní todas aquellas que tú ofreciste por tu  madre, y mi Providencia las tuvo en cuenta en su hora final.  En su último suspiro, me vio y gritó: << ¡Señor mío y Dios mío! >> Así que ármate de valor: tu madre ha evitado la condenación, y tus oraciones y súplicas fervientes pronto liberarán su alma de la cárcel del Purgatorio."

 El Padre Hermann se enteró poco después en otra visión que su madre estaba ahora en el Cielo.  ¡Oremos por nuestros padres difuntos!

 OREMOS - Ten piedad, Señor, de las almas que tú has unido a la mía por tan estrechos y tiernos lazos, y a quienes tú me has mandado amar y honrar.  Sí, Señor, ten misericordia de las almas de mis padres, mis bienhechores y amigos.  Señor, permítenos inclinar tu misericordia para ellas con nuestras oraciones y nuestras lágrimas.  ¡Oh, Jesús! ¡Oh, María!  ¡Sean sus Conciliadores!  ¡Llamen a sus hijos y nuestros hermanos a esa tierra de luz refrescante y de paz!

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