cuánto más amará Él a las almas del Purgatorio, ellas que siempre serán de Él y en quien Él ve la gloria de sus elegidos?
Un autor dijo una vez: "Si Dios nos ama a nosotros, pobres pecadores mortales, tan imperfectos, tan carentes de la virtud, ¿cuánto más amará Él a las almas del Purgatorio, ellas que siempre serán de Él y en quien Él ve la gloria de sus elegidos?" Ellas son infinitamente más queridas por Él. Son sus novias, sus queridas hijas y herederas de su gloria, llamadas a alabarlo a Él en el Cielo por toda la eternidad. Todas son piedras vivas destinadas a la Iglesia eterna de la Nueva Jerusalén y que el cincel del Escultor Divino prepara y pule antes de ponerlas en el lugar que Él ha preparado para ellas, desde el principio del tiempo. Él las ama con ternura. Las contempla con amor. Él desea estar unido a ellas. Su corazón paternal sufre a causa de su triste exilio, pero su Justicia las mantiene en su prisión hasta que hayan pagado la más pequeña deuda. Además, ¡qué alegría es para ese Padre tierno y amoroso si un amigo, un mediador, interviniera entre el castigo y la culpa para desarmar su severidad y para reconciliarlo a El con su hija de amor! ¡Cuántas razones para amar a aquellas almas benditas y para practicar una gran caridad para con ellas! ¡Son tan dignas de nuestro afecto! Cuando tenemos compasión por los pobres de este mundo, no tenemos idea si él o ella se lo merecen, si él o ella son culpables o desagradecidos. Pero con las almas de los difuntos, podemos estar seguros de que se lo merecen. El suelo en el que sembramos es siempre fértil; por cada grano que plantamos, el Cielo cosechará una fruta y para nosotros, una bendición.
Ejemplo
En una visión, Santa Gertrudis vio el alma de una monja que había conocido, que había vivido una vida de gran virtud. Ella se puso de pie ante nuestro Señor, vestida con una túnica marcada por signos de sus grandes caridades, pero incapaz de mirar el rostro de nuestro adorable Salvador. Ella siguió mirando a sus pies con la apariencia de un criminal, denotando por ese gesto la necesidad de retirarse del Divino Maestro. Aturdida, Santa Gertrudis, deseaba saber la razón de tal comportamiento, "Dios de Misericordia, ¿por qué no aceptas a esta hermana mía quien hizo mucho bien durante su vida?" Nuestro Señor extendió sus brazos como para recibir a esta desdichada alma, pero ésta última se alejó de Él con profunda humildad. Cada vez más sorprendida, Santa Gertrudis preguntó al alma de su amiga por qué ella estaba huyendo del abrazo de tan tierno esposo, "porque todavía no estoy limpia de toda mancha que ha quedado en mi alma por mis pecados. Aun si Dios me permitiera entrar como estoy en su Reino, yo no aceptaría, porque tan brillante como podría parecer en sus ojos, yo sé que todavía no soy una esposa digna de mi Salvador."
Así, aquellas almas santas soportan su sufrimiento en perfecta resignación. Son tan transformadas en Dios que ellas no
desearían abstenerse de la menor porción de su tormento. Ellas lo aceptan con una alegría que crece más
y más a medida que ellas se acercan a su liberación. ¡Qué dignas son de nuestro amor, de nuestra
compasión, de toda nuestra caridad!
OREMOS - ¡Oh Dios, Tú perdonas a los pecadores
y Tú deseas la salvación de toda la humanidad!
Ve con buenos ojos a las almas del Purgatorio. Ellas son tus esposas, tus hijas predilectas.
Ellas te han amado con ternura y te han
servido con valentía. Muéstrales tu
divino Rostro. ¡Oh Jesús, sé su
Conciliador! ¡Señor, llama a tus hijos,
nuestros hermanos y hermanas, al reino eterno, y que la luz que nunca muere
brille sobre ellos para siempre! ¡Que
descansen en paz!
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