lo que Catalina de Génova nos dijo en su biografía:

 



"Desde ese Amor Divino, veo rayos de fuego calentar el alma tan completamente, con tanta ferocidad, que parecen capaces de aniquilar no sólo el cuerpo, sino el alma misma.  Esas llamas tienen un doble propósito: la purificación y la aniquilación. "

Tal es el efecto del fuego en las cosas materiales.  La diferencia es que el alma no se puede aniquilar a sí misma en Dios, sino solamente en su propio ser.  Cuanto más se purifica a sí misma, más se aniquila a sí misma, y de ese modo queda totalmente purificada en Dios.

El oro, purificado a 24 quilates, no se puede consumir a si mismo por más tiempo, sin importar a qué llama esté sometido.  Lo que puede ser consumido en él son simplemente sus propias imperfecciones.

Así es cómo el alma se comporta en el Fuego Divino.  Dios la mantiene en ese fuego hasta que todas las imperfecciones se hayan consumido.  Él la lleva a la pureza total de 24 quilates, a cada alma individual, de acuerdo a su grado de impureza.  Cuando está purificada, se mantiene completamente en Dios, sin nada propio; su existencia ahora está en Dios.

 

Una vez que Dios ha llamado a un alma purificada a sí mismo, esa alma, sin necesidad de más purificación, ya no puede sufrir más.  En ese estado de pureza, esa alma ya no puede sentir nada más que el Fuego Divino del Amor y por toda la eternidad.

 

OREMOS - ¡Oh, Dios mío! ¡Cómo me aterra tu Divino Fuego cuando recuerdo mi vida sensual, mis innumerables pecados, lo poco que he hecho por ti!  ¡Ten piedad de mí, Señor!  Ten piedad también de mis hermanos, las almas que me han precedido en la eternidad y que ahora están en las manos de la Justicia Divina.  Oh Jesús, sé su Conciliador y condúcelas a tu Reino de Gloria.  ¡Que descansen en paz!

 

 

 

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