no por esto deje el ejercicio de la oración

 


al que le faltaren las consolaciones espirituales, el remedio es que no por eso deje el ejercicio de la oración acostumbrada, aunque le parezca desabrida y de poco fruto, sino póngase en la presencia de Dios como reo y culpado, y examine su conciencia, y mire si por ventura perdió esta gracia por su culpa, suplique al Señor con entera confianza le perdone, y declare las riquezas inestimables de su paciencia y misericordia en sufrir y perdonar a quien otra cosa no sabe sino ofenderle. De esta manera sacará provecho de su sequedad, tomando ocasión para más se humillar, viendo lo mucho que peca, y para más amar a Dios, viendo lo mucho que le perdona. Y aunque no halle gusto en estos ejercicios, no desista de ellos, porque no se requiere que sea siempre sabroso lo que ha de ser provechoso. A lo menos esto se halla por experiencia, que todas las veces que el hombre persevera en la oración con un poco de atención y cuidado haciendo buenamente lo que puede, al cabo sale de allí consolado y alegre, viendo que hizo de su parte algo de lo que era en sí. Mucho hace en los ojos de Dios quien hace todo lo que puede, aunque pueda poco. No mira Nuestro Señor tanto al caudal del hombre, cuanto a su posibilidad y voluntad. Mucho da quien desea dar mucho, quien da todo lo que tiene, quien no deja nada para sí. No es mucho durar mucho en la oración, cuando es mucha la consolación. Lo mucho es que, cuando la devoción es poca, la oración es mucha, y mucha mayor la humildad, y la paciencia y la perseverancia en el bien obrar.

También es necesario en estos tiempos andar con mayor solicitud y cuidado que en los otros, velando sobre la guarda de sí mismo y examinando con mucha atención sus pensamientos, y palabras, y obras; porque como entonces nos falte la alegría espiritual (que es el principal remo de esta navegación), es menester suplir con cuidado y diligencia lo que falta de gracia. Cuando así te vieres, has de hacer cuenta (como dice San Bernardo) que se te han dormido las velas que te guardaban, y que se te han caído los muros que te defendían. Y por eso toda la esperanza de salud está en las armas, pues ya no te ha de defender el muro, sino la espada y la destreza en el pelear. ¡Oh cuánta es la gloria del ánima que de esta manera batalla, que sin escudo se defiende, y que sin armas pelea, y sin fortaleza es fuerte y, hallándose en la batalla sola,toma el esfuerzo y ánimo por compañía!

No hay mayor gloria en el mundo que imitar en las virtudes al Salvador. Y entre sus virtudes se cuenta por muy principal haber padecido lo que padeció, sin admitir en su ánima ningún género de consuelo. De manera que el que así padeciere y peleare, tanto será mayor imitador de Cristo cuanto más careciere de todo género de consuelo. Y esto es beber el cáliz de la obediencia puro, sin mezcla de otro licor. Éste es el toque principal en que se prueba la fineza de los amigos, si son verdaderos o no lo son.

Contra la tentación de los pensamientos importunos que nos suelen

combatir en la oración, el remedio es pelear varonil y perseverantemente contra ellos, aunque esta resistencia no ha de ser con demasiada fatiga y congoja de espíritu, porque no es este negocio tanto de fuerza, cuanto de gracia y humildad. Y por esto cuando el hombre se hallare de esta manera, debe volverse a Dios sin escrúpulo y sin congoja (pues esto o no es culpa, o es muy liviana), y con toda humildad y devoción le diga: «Veis aquí, Señor mío, quién soy yo, qué se esperaba de este muladar, sino semejantes olores? ¿Qué se esperaba de esta tierra que Vos maldijisteis, sino zarzas y espinas? Éste es el fruto que ella puede dar si Vos, Señor, no la limpiáis». Y dicho esto, torne a atar su hilo como de antes, y espere con paciencia la visitación del Señor, que nunca falta a los humildes. Y si todavía te inquietaren los pensamientos, y tú todavía perseverantemente les resistieres e hicieres lo que es en ti, debes tener por cierto que mucha más tierra ganas en esta resistencia que si estuvieras gozando de Dios a todo sabor.

Para remedio de las tentaciones de blasfemia es de saber que así como ningún linaje de tentaciones es más penoso que éste, así ninguno hay menos peligroso, y así el remedio es no hacer caso de las tentaciones, pues el pecado no está en el sentimiento, sino en el consentimiento y en el deleite, el cual aquí no hay, sino antes al contrario; y así, más se puede llamar ésta pena, que culpa, porque cuan lejos está el hombre de recibir alegría con estas tentaciones, tan lejos está de tener culpa en ellas. Y por eso el remedio (como dije) es menospreciarlas y no temerlas; porque cuando demasiadamente se temen, el mismo temor las despierta y las levanta.

Contra las tentaciones de infidelidad, el remedio es que acordándose el hombre por un cabo de la pequeñez humana, y por otro de la grandeza divina, piense en lo que Dios le manda, y no sea curioso en querer escudriñar sus obras, pues vemos que muchas de ellas exceden a nuestro saber.

Y, por tanto, el que quiere entrar en el santuario de las obras divinas, ha de entrar con mucha hu- mildad y reverencia, y llevar consigo ojos de paloma sencilla y no de serpiente maliciosa, y corazón de discípulo y no de juez temerario. Hágase como niño pequeño, porque a los tales enseña Dios sus secretos. No cure de saber el porqué de las obras divinas, cierre el ojo de la razón y abra sólo el de la fe, porque éste es el instrumento con que se han de tantear las obras de Dios. Para mirar las obras humanas muy bueno es el ojo de la razón humana; mas para mirar las divinas, no hay cosa más desproporcionada que él. Mas porque ordinariamente esta tentación es al hombre penosísima, el remedio es el de la pasada, que es no hacer caso de ella, pues más es ésta pena que culpa, porque no puede haber culpa en lo que la voluntad está contraria, como allí se declaró.

Algunos hay que son combatidos de grandes temores y fantasías, cuando se apartan sólo de noche a orar. Contra esta tentación el remedio es hacerse el hombre fuerza y perseverar en su ejercicio; porque huyendo crece el temor, y peleando, la osadía. Aprovecha también considerar que ni el demonio, ni otra cosa es poderosa para nos dañar, sin licencia de Nuestro Señor. También aprovecha considerar que tenemos al Ángel de nuestra Guarda a nuestro lado, y en la oración mejor que en otra parte, porque allí existe él para nos ayudar y llevar nuestras oraciones al cielo y defendernos del enemigo, que no nos puede hacer mal.Contra el sueño demasiado, el remedio es considerar que el sueño unas veces procede de necesidad, y entonces el remedio es no negar al cuerpo lo que es suyo, porque no nos impida lo que es nuestro. Otras procede de enfermedad y entonces no debe el hombre congojarse por eso, pues no tiene culpa, ni tampoco debe dejarse del todo vencer, sino hacer de su parte lo que buenamente pudiere, para que del todo no se pierda la oración, sin la cual no tenemos seguridad ni alegría verdadera en esta vida. Otras veces nace el sueño de pereza o del demonio que lo procura. Entonces el remedio es el ayuno, no beber vino, beber poca agua, estar de rodillas, o en pie, o en cruz y no arrimado, hacer alguna disciplina u otra cualquiera aspereza que despierte y punce la carne.

Finalmente, el único y general remedio, así para este mal como para los otros, es pedirlo a Aquel que está aparejado para dar, si hubiere quien siempre le quiera pedir.

Contra las tentaciones de la desconfianza y de la presunción; que son vicios contrarios, es forzado que haya diversos remedios. Para la desconfianza, el remedio es considerar que este negocio no se ha de alcanzar por solas tus fuerzas, sino por la divina gracia, la cual tanto más presto se alcanza, cuanto más el hombre desconfía de su propia virtud y confía en sólo la bondad de Dios, a quien todo es posible. Para la presunción, el remedio es considerar que no hay más claro indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que está muy cerca, porque en este camino los que van descubriendo más tierra, ésos se dan mayor prisa por ver lo mucho que les falta; y por eso nunca hacen caso de lo que tienen en comparación de lo que desean. Mírate, pues, como en un espejo, en la vida de los Santos y en las de otras personas señaladas que ahora viven en carne, y verás que eres ante ellos como un enano en presencia de un gigante, y así no presumirás.

Contra la tentación del demasiado apetito de saber y estudiar, el primer remedio es considerar cuánto más excelente es la virtud que la ciencia, y cuánto más excelente la sabiduría divina que la humana, para que por aquí vea el hombre cuánto más se debe ocupar en los ejercicios por do se alcanza la una que la otra. Tenga la gloria de la sabiduría del mundo, las grandezas que quisiere, que al fin se acaba esta gloria con la vida. Pues, ¿qué cosa puede ser más miserable que adquirir con tanto trabajo lo que tampoco se ha de gozar? Todo lo que aquí puedes saber es nada. Y si te ejercitares en el amor a Dios, presto le irás a ver, y en él verás todas las cosas. «Y el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos o predicamos, sino cuán bien obramos».

Contra la tentación del indiscreto celo de aprovechar a otros, el principal remedio es que de tal manera entendamos en el provecho del prójimo, que no sea con perjuicio nuestro. Y que de tal manera entendamos en los negocios de las conciencias ajenas, que tomemos tiempo para las nuestras, el cual ha de ser tanto, que baste para traer a la continua el corazón devoto y recogido, porque esto es andar en espíritu, como dice el Apóstol, que es andar el hombre más en Dios que en sí mismo. Pues como esto sea raíz y principio de todo nuestro bien, todo nuestro trabajo ha de ser procurar de tener tan larga y tan profunda oración, que baste para traer siempre el corazón con esta manera de recogimiento y de devoción, para lo cual no basta cualquier manera de recogimiento y oración, sino es menester que sea muy larga y muy profunda. 




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