Te bendecimos, oh Altísimo Dios y Señor de la misericordia
que estás siempre realizando innumerables, grandes e inescrutables, gloriosas y
maravillosas cosas con nosotros. Que nos permites dormir para tregua de
nuestras debilidades y reposo de los agobios de nuestra fatigadísima carne. Te
agradecemos que Tú no nos hayas destruido por nuestros pecados y por el
contrario nos hayas amado como siempre y aunque estemos sumidos en la
desesperación, Tú nos has levantado para alabar tu poder. Por eso, imploramos
que en tu incomparable bondad ilumines los ojos de nuestra comprensión y eleves
nuestras mentes del pesado sueño de la indolencia; abras nuestras bocas y las
colmes con tus alabanzas, para que seamos capaces, sin distraernos, de cantarte
y confesarnos a Ti, que eres Dios glorificado en todo y por todos, el Padre
eterno, con Tu engendrado Hijo Único y tu absolutamente santificador y bueno y
vivificante Espíritu, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén.
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