Mi Santísima Soberana, Madre de Dios, por tus
santas y omnipotentes oraciones que destierren de mí tu humilde y despreciable
servidor, el abatimiento, el olvido, la insensatez, la negligencia, y todos los
pensamientos impuros, malignos e impíos de mi miserable corazón y de mi
ofuscada mente. Y extingue la llama de mis pasiones, pues soy pobre y
desdichado, y redímeme de mis numerosos crueles recuerdos y actos, y líbrame de
todos sus nocivos efectos; pues bendita eres Tú por todas las generaciones, y
glorificado sea tu muy honorable Nombre en los siglos de los siglos. Amén.
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