Las Puertas del Infierno, desde los mismos comienzos,
atacaron a la Humanidad. La venida de Jesucristo fue el cumplimiento de la
profecía, de la temible profecía para el mundo infernal. Después, cuando se extendió
sobre la Tierra el Reino de los Cielos, fue la guerra. La guerra entre las
Fuerzas del Abismo y esos humanos que ahora se mostraban investidos del poder
de la oración, los sacramentos, y de obras como nunca se habían visto sobre la
Tierra.
La Historia de la Iglesia como la historia de la
guerra entre el Infierno y ese Reino de Dios, resulta apasionante. Una historia
con sus batallas, sus derrotas espantosas que abarcaban países enteros,
victorias admirables, traiciones personales, y toda la larga lista de hechos
que llenan las crónicas. Crónicas con prelados únicamente ocupados de asuntos
del mundo material, y con seguidores de Cristo dotados de un increíble poder
sobre el mundo de los espíritus. Las crónicas de la erección de grandes templos
y monasterios, y la historia de su destrucción. Una larga cronología de
construcciones y destrucciones. Impresionantes edificios espirituales que se
levantaban y que eran atacados. Ángeles y demonios en medio de una historia que
parecía meramente humana. No me detendré en esa sucesión de acontecimientos
gozosos y luctuosos, la conocéis.
Ese Reino de los Cielos es visible, y conocéis su
devenir. Lo que no veis son los millones de ángeles volando entre los miles de
torres de ese gigantesco edificio catedralicio que es la Iglesia. Nosotros
moramos en ese edificio espiritual. Nosotros estamos dentro de vuestros templos
materiales. Se acercan para atacaros con la tentación, y no os apercibís. Os
mantenéis fieles, porque Dios nos envía a defenderos, pero no os dais cuenta.
Y después de miles de años de Historia. El último
ataque del Dragón. El último esfuerzo del que sabe que el tiempo ya se le
agota. El Anticristo, la Humanidad postrada en el pecado, la apostasía, la
Abominación de la Desolación, los mártires, los cuatro Jinetes del Apocalipsis,
el cataclismo que arrastra el mundo a su destrucción. El fuego que devora la
Tierra. El fuego lo ponéis vosotros. Cae de lo alto, pero no viene de Dios,
viene de vuestra iniquidad, es obra de vuestras manos.
Tras la muerte del mundo, el Juicio Final. La entera
Historia Humana y la historia de nuestra constante intervención, así como la de
los malos espíritus. Vosotros acusaréis a los espíritus inicuos y ellos
recibirán su sentencia. Sentencia que ya está escrita desde hace siglos: el
lago de fuego y azufre. Allí arderán en su remordimiento, en sus sufrimientos,
el Diablo y sus seguidores que tanto daño hicieron. Arderán para siempre.
Ya no podrán jamás volver a intervenir en el mundo
humano o angélico. Las puertas del Infierno se cerrarán eternamente.
Ángeles y bienaventurados
gozaremos para siempre, juntos, cantando las alabanzas del Creador. Como está
escrito: Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el
primer cielo y la primera tierra pasaron. Allí, nosotros y vosotros, hijos de Adán, daremos comienzo
a una nueva historia, la Historia de la Eternidad. La Historia no se detendrá, continuará. Pero será una
historia exclusivamente de júbilo.
Un devenir de siglos y siglos a las orillas del río límpido, a cuya vera
crece el Árbol de la Vida cuyos frutos son el gozo de ángeles y humanos. Allí seremos
felices junto al Trono de Dios situado en el centro de la Jerusalén Celeste. Esa Jerusalén edificada sobre
doce fundamentos construidos con gemas, y cuyas puertas están hechas de perlas. Allí nuestro Padre enjugará
toda lágrima, allí el Cordero consolará todo desconsuelo.
Aprovechad el tiempo que os quede de vida sobre la tierra. No importa
cuánto viváis, pues el último día, una hora antes de morir, toda vuestra vida os parecerá
como un solo día. Tú que lees estas líneas, todavía estás en el tiempo de prueba. Lo que yo daría por regresar a
la fase de la prueba. No hay precio por grande que fuese, que no estuviese dispuesto a pagar por poder
demostrar mi fe en Dios. Te envidio. Sinceramente, te envidio. Tú todavía puedes ganar mérito para toda la
eternidad. Tú todavía puedes incrementar el grado de felicidad que gozarás para siempre. No sabes lo que tienes. No
sabes lo que vale el tiempo. Te envidio. Adios, adios.
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