Así, en cada Reino y Provincia se nombra un ángel bueno como príncipe, como colegimos de Daniel 10, 13: El Príncipe del Reino de Persia se me opuso durante 21 días. Y en Daniel 10, 20: Y ahora volveré a luchar contra los príncipes de los persas Y en saliendo yo, apareció el príncipe de Grecia. Et cetera. Puesto que a cada ciudad y población se le nombra por Dios un ángel bueno que tenga cuidado sobre los asuntos comunes, se pregunta si también a cualquier ciudad o población se le asigna por los diablos un demonio, para perturbar los asuntos comunes. Es posible. Se sigue también en tercer lugar, que si a cada arzobispo, obispo, o párroco se le asigna por Dios un ángel bueno, que cuide de los negocios pertenecientes a la salud de las almas, así a cualquiera de los predichos se le asigna por los diablos un demonio dedicado a perturbar la salud de las almas. Y cuanto más santa es la persona, tanto más potente es el demonio asignado. Y si Dios glorioso no designara algún ángel, los demonios impedirían todos los servicios comunes[51]. Se concluye también de lo anterior que no sólo un demonio es príncipe de otros demonios, sino también de los hombres perversos. Por esto en el Evangelio se le llama siempre príncipe de este mundo, porque daña a los hombres que viven en el mundo, cuando se sujetan a él por el pecado.
Trata de la guerra de los diablos desde que cayeron del cielo hasta la venida de Cristo. Viendo el diablo que había sido expulsado del cielo, pero conservando aún un gran poder, pensó en qué podía contrariar y molestar más a Dios, y vio al primer hombre viviendo en el paraíso terrenal, adornado con su inocencia, y señor de todas las bestias, peces y aves, y futuro poseedor de las moradas que él y sus secuaces habían perdido en el cielo por su soberbia. Envidioso de su felicidad, deseó vehementemente y se propuso dominarlo y corromperlo totalmente, conociendo además que en el futuro, de mala raíz no se podrán producir sino manzanas agusanadas. Luchó pues con el primer hombre por medio de la mujer, y el pobre hombre, aunque era más fuerte que el diablo por su inocencia, la perdió por complacer a la mujer. Dejó a Dios y dejó el paraíso que le había sido regalado, y se entregó libremente al enemigo de Dios, el diablo o sea, negando la obediencia al Rey supremo, es decir, Dios.
Se entregó libremente al traidor, poniéndose ya en manos del diablo. Conseguida la victoria sobre el hombre, Dios lo echó del paraíso terrenal, indignado como estaba por la perdición del hombre que, malogradas las armas de la inocencia, se había hecho cautivo del diablo, él y toda su descendencia. Dice el Génesis 3, 23: Lo echó fuera del paraíso, enviándolo al exilio, al lugar de las fieras y valle de lágrimas. Una vez expulsado el primer hombre del paraíso con alegría no pequeña del demonio, pensó éste nuevamente cómo podría molestar más a Dios, y viendo a los dos hijos de Adán, a saber, Abel y Caín, de los cuales el primero era querido por Dios, luchó contra ellos por medio de la división y la envidia, y venció a Caín, que mató a su hermano Abel: Génesis, 4, 8. Luchó contra los hijos de Seth, y los venció por la concupiscencia de la carne, cuando se casaron con las hijas de los hombres descendientes de Caín, de los cuales fueron engendrados los gigantes, héroes famosos de la antigüedad: Génesis, 6, 4. Y como viera que el género humano se había multiplicado, luchó contra él por medio de la lujuria, y tanto luchó que lo venció, y en todo el género humano sólo se encontraron ocho personas libres de este vicio. Del resto se escribió que toda carne corrompió su camino, por lo cual Dios indignado castigó al mundo con el diluvio universal, mientras que sólo las ocho dichas personas se libraron en el arca de Noé: Génesis 7 y 8. Gracias a ellas el género humano se volvió a propagar. Luchó contra los hijos de Noé, y venció a Cam, cuando descubrió las vergüenzas de su padre en descrédito del honor paterno, por lo cual mereció ser maldecido: Génesis 9, 22. Luchó contra los descendientes de Noé, y los venció por la soberbia, al querer edificar una torre que llegara hasta el cielo, por lo cual indignado Dios dividió y confundió la única lengua que existía: Génesis, 9, 9.
Luchó contra los hijos de Abraham, a saber, Isaac e Ismael, y venció a Ismael que fue asno del campo, hombre fiero, cazador, idólatra y perverso.: Génesis, 16, 12. Luchó contra los hijos de Isaac, a saber, Jacob y Esaú, y venció a Esaú, quien por gula vendió su primogenitura por un plato de lentejas: Génesis, 25, 33. De éstos habla el profeta: Amé a Jacob y odié a Esaú. [Malaquías 1, 2-3.] Luchó contra los hijos de Jacob, que eran doce, de los cuales venció a once, por crimen atroz y envidia, pues vendieron a su hermano, el inocente José: Génesis, 37, 27. Por lo cual, indignado Dios mantuvo a los hebreos en la cautividad de Egipto cuatrocientos años y más. Luchó contra los egipcios por su crueldad, pues afligían a los hijos de Israel, [en el trabajo] del barro y el ladrillo, y permitió Dios que se endureciera el corazón del faraón, y que nada le moviera a la piedad. Indignado Dios contra los egipcios, mató a los primogénitos, y sumergió a los egipcios en el mar Rojo, librando a los hijos de Israel: Éxodo, 14, 17. Luchó de nuevo contra los hijos de Israel por la idolatría, y los venció, cuando hicieron un becerro y lo adoraron, por lo cual y otros crímenes, indignado Dios los hirió, e hizo perecer en el desierto: Éxodo, 32, 28. De seiscientos mil que salieron de Egipto, sólo dos, Calef y Josué entraron en la tierra de promisión. Luchó también contra los hijos de Israel en el desierto, y venció a algunos de ellos por la murmuración, a saber, Datán, Abirón y Coré, por lo cual indignado el Señor abrió la tierra y cayeron vivos en el infierno: Números, 16, 30. Luchó de nuevo contra los hijos de Israel por el homicidio y los venció, cuando mataron a los profetas amigos de Dios, y llenaron Jerusalén con la sangre de ellos, por lo cual indignado Dios los entregó a la cautividad en Babilonia durante setenta años.
Luchó contra Saúl primer Rey de Israel, y lo venció por desobediencia, por lo cual indignado Dios lo entregó en cautividad, y le quitó el reino de Israel: I de los Reyes, 13, 13. Y él mismo se mató cruelmente: I de los Reyes, 31, 4. Luchó contra el rey David por la soberbia, lujuria y homicidio, y lo venció, cuando hizo censar al pueblo: II de los Reyes 24, 2. Se apropió de Betsabé la mujer de Urías, y mató a Urías: II de los Reyes 11, 14. Por lo cual se indignó Dios, aunque David se arrepintiera. Y además, escandalizado el pueblo, no edificó el templo, según había proyectado. Luchó contra Salomón por la lujuria y la idolatría, y lo venció, porque amó a mujeres extranjeras, y edificó muchos templos a los ídolos, como está claro en III de los Reyes, 11, 7. Luchó contra Roboán por la soberbia y lo venció, por lo cual Dios indignado sacó a Israel de la casa de David hasta el día de hoy: III de los Reyes, 12, 19. Luchó también contra Jeroboán por la idolatría, y lo venció, porque hizo pecar a Israel adorando becerros de oro: III de los Reyes, 12, 28.
tierra y a todo viviente sobre la tierra, salvándose sólo Loth, su mujer [¿!], y sus descendientes, como se cuenta en Génesis 19, 24. Luchó contra los hijos de Abraham, a saber, Isaac e Ismael, y venció a Ismael que fue asno del campo, hombre fiero, cazador, idólatra y perverso.: Génesis, 16, 12. Luchó contra los hijos de Isaac, a saber, Jacob y Esaú, y venció a Esaú, quien por gula vendió su primogenitura por un plato de lentejas: Génesis, 25, 33. De éstos habla el profeta: Amé a Jacob y odié a Esaú. [Malaquías 1, 2-3.] Luchó contra los hijos de Jacob, que eran doce, de los cuales venció a once, por crimen atroz y envidia, pues vendieron a su hermano, el inocente José: Génesis, 37, 27. Por lo cual, indignado Dios mantuvo a los hebreos en la cautividad de Egipto cuatrocientos años y más. Luchó contra los egipcios por su crueldad, pues afligían a los hijos de Israel, [en el trabajo] del barro y el ladrillo, y permitió Dios que se endureciera el corazón del faraón, y que nada le moviera a la piedad. Indignado Dios contra los egipcios, mató a los primogénitos, y sumergió a los egipcios en el mar Rojo, librando a los hijos de Israel: Éxodo, 14, 17. Luchó de nuevo contra los hijos de Israel por la idolatría, y los venció, cuando hicieron un becerro y lo adoraron, por lo cual y otros crímenes, indignado Dios los hirió, e hizo perecer en el desierto: Éxodo, 32, 28. De seiscientos mil que salieron de Egipto, sólo dos, Calef y Josué entraron en la tierra de promisión. Luchó también contra los hijos de Israel en el desierto, y venció a algunos de ellos por la murmuración, a saber, Datán, Abirón y Coré, por lo cual indignado el Señor abrió la tierra y cayeron vivos en el infierno: Números, 16, 30. Luchó de nuevo contra los hijos de Israel por el homicidio y los venció, cuando mataron a los profetas amigos de Dios, y llenaron Jerusalén con la sangre de ellos, por lo cual indignado Dios los entregó a la cautividad en Babilonia durante setenta años. Luchó contra Saúl primer Rey de Israel, y lo venció por desobediencia, por lo cual indignado Dios lo entregó en cautividad, y le quitó el reino de Israel: I de los Reyes, 13, 13. Y él mismo se mató cruelmente: I de los Reyes, 31, 4. Luchó contra el rey David por la soberbia, lujuria y homicidio, y lo venció, cuando hizo censar al pueblo: II de los Reyes 24, 2. Se apropió de Betsabé la mujer de Urías, y mató a Urías: II de los Reyes 11, 14. Por lo cual se indignó Dios, aunque David se arrepintiera. Y además, escandalizado el pueblo, no edificó el templo, según había proyectado. Luchó contra Salomón por la lujuria y la idolatría, y lo venció, porque amó a mujeres extranjeras, y edificó muchos templos a los ídolos, como está claro en III de los Reyes, 11, 7. Luchó contra Roboán por la soberbia y lo venció, por lo cual Dios indignado sacó a Israel de la casa de David hasta el día de hoy: III de los Reyes, 12, 19. Luchó también contra Jeroboán por la idolatría, y lo venció, porque hizo pecar a Israel adorando becerros de oro: III de los Reyes, 12, 28.
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