. El diablo había hecho grandes ofensas a Dios

 


Los demonios con la venida de Cristo perdieron con justicia el dominio que tenían sobre el género humano. El diablo había hecho grandes ofensas a Dios, y con mentira y fraude, contra la voluntad divina, le quitó su siervo [el hombre], y lo hizo suyo. No obstante, si [el demonio] hubiera querido reconciliarse con Dios, Dios habría satisfecho por él, como satisfizo por el hombre. 

Pero el demonio no quiso. Incluso le gustó permanecer como enemigo de Dios, no reconociendo su pecado, como hizo en cambio el hombre que se dolió de su pecado, para reconciliarse con Dios. Para que el diablo no pudiera quejarse de injusticia, si acaso Dios por su potestad absoluta, casi con violencia, y sin ningún arrepentimiento del hombre lo hubiera librado. 

El demonio perdió el dominio que tenía sobre el hombre; ese hombre que vivía en el paraíso, vencido por el diablo, era su siervo con toda justicia. Dios en la liberación del hombre debió también utilizar la justicia y no su absoluto poder. Porque Dios es necesariamente justo, y tan justo que no sería Dios si no fuera justo. Más digno de alabanza es el príncipe que usa de la justicia, que quien usa sólo de su poder. Ni el primer hombre, ni todos los hombres, ni todos los ángeles buenos, ni todos los demonios a la vez, pudieron satisfacer por el hombre. 

Sólo un Dios y hombre, como se explica en el libro IV, consideración V, artículo III de este [Fortalitium] fidei. Pues el mundo entero no podía compensar la deuda del primer hombre, como dice el Apocalipsis 5, 1 y siguientes: Nadie podía ni en el cielo, ni en la tierra, ni bajo tierra, abrir el libro, ni leerlo, es decir, cumplir la redención del género humano, pues desde la eternidad fue escrito en el libro del proyecto divino, que sólo por Cristo se cumpliría. 

Él solo abrió el libro, porque sólo Él sufrió la pena de la cruz por nosotros deudores. De aquí que diga el Salmo 68, 5: Lo que no robó, ahora lo devuelve. Refiriéndose a Cristo. Se admiraban los hombres del dominio y poder del diablo sobre ellos, y decían aquello de Isaías, 49, 24: ¿Acaso alguien le quitará la presa al fuerte? Esto es, ¿librando al género humano del poder del diablo, para que el hombre cautivado por el fuerte pudiera quedar salvo? Y responde Dios seguidamente 25: Yo arrebataré al guerrero su botín, y al poderoso le arrancaré su presa, a saber, por Cristo. Y prosigue después, 49, 26: Se emborracharán con su sangre, como si fuera vino dulce, y reconocerá toda carne que Yo soy el Señor, tu Salvador y tu Redentor, como el fuerte de Israel. Y se confirma por lo que dijo del Salvador, Juan, 12, 31: Ahora viene el juicio del mundo, ahora se echará fuera al príncipe de este mundo, a saber el dominio y el poder tiránico [del demonio] sobre el hombre. Por eso, el diablo se decía príncipe de este mundo, porque dominaba a los hombres entregados al mundo. Y como dice Pablo a los Colosenses, 2, 15: Despojando a los principados y potestades, a saber, Cristo, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz, es decir, quitó al diablo todo el poder que tenía de siempre. Y si preguntas sobre el modo que utilizó Cristo para vencer al diablo y eliminar su dominio, se responde que fue del modo que un pez es pescado por el anzuelo escondido bajo el cebo; que queriendo comer el cebo, no ve el con el diablo, escondió durante su pasión su fortaleza, su belleza, su dignidad, en la cruz. Como debía luchar con el demonio en virtud de su fortaleza, la escondió totalmente, teniendo sus manos fijas y clavadas en los brazos de la cruz. De aquí que Habacuc, 3, 4, hablando de la cruz de Cristo, dijo: Las manos en su travesaño, allá tenía escondida su fortaleza. Escondida allá porque por ella [por la cruz] venció a la muerte fortísima y al fortísimo diablo. Y prosigue Habacuc 3, 5: Ante su rostro irá la muerte, y escapará el diablo a sus pies, a saber, vencido y desnudo de su dominio y potencia que tenía anteriormente. --Pues los demonios escondieron sus lazos de muerte para nuestros pies en el árbol de la ciencia del bien y del mal, en el paraíso. Por eso Cristo escondió su lazo a los diablos, y fueron cautivados en el árbol de la cruz. Así dijo el salmista: Caiga en el lazo el diablo que lo ignora, etc. --Se escondió también en la cruz, cambiando belleza por fealdad, aunque era el más hermoso entre los hijos de los hombres: Salmo 44, 3. Y en Isaías 53, 2: No hay en Él hermosura ni belleza, desfigurado su rostro, menospreciado y estimado en nada. --Escondió en tercer lugar su salud en la enfermedad, como dice Isaías 53, 4: Lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado...Y en 53, 3: Varón de dolores, consciente de su enfermedad. --Escondió también su dignidad, cambiándola por desprecio y vileza, puesto entre ladrones y homicidas, según aquello de Isaías 53, 12: Fui contado entre los inicuos y criminales, aunque era la suma dignidad y excelencia, porque era Dios y hombre verdadero. Así el demonio en la pasión de Cristo fue vencido y escapó bajo sus pies, perdida su potestad y dominio, librado ya el hombre de su cautividad. En figura de esto se dice en I de los Reyes, 17, 35 que David mató al león, y le quitó su presa de su misma boca. Pedía el profeta ser librado, diciendo en el Salmo 21, 22: Sálvame de la boca del león, del diablo, o sea. Y en signo de su victoria ató Cristo al enemigo del género humano, y así delante de su rostro iría la muerte, y el diablo vencido y atado, como en los desfiles triunfales los vencidos suelen ir atados delante del vencedor. De aquí que diga el Apocalipsis 20, 2: Capturó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató durante mil años, esto es, hasta los tiempos del anticristo. Se pone aquí un tiempo determinado por otro tiempo indeterminado [puesto que no sabemos cuándo vendrá el anticristo]. Porque entonces el diablo reasumirá sus violentos poderes, y saldrá con abundante malignidad, para conducir a los pueblos al error: Por eso se dice que quedará suelto. Signo manifiesto de la desaparición del dominio de los diablos fue el cese de la idolatría en todo el mundo por la predicación de Cristo y sus Apóstoles, para que fuera adorado el verdadero Dios. Por cuya idolatría el diablo tenía cautivo a casi todo el mundo.

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