El pecado es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9). Catecismo Iglesia Católica Numeral 1850.
os dejamos una advertencia hecha por el Papa Emérito Benedicto XVI, en
ese entonces Cardenal Ratzinger sobre este tipo de meditación y su diferencia
con la meditación cristiana:
En
pocas palabras, diría que lo esencial de la meditación trascendental “es
que el hombre se expropia del propio yo, se une con la universal esencia del
mundo; por tanto, queda un poco despersonalizado.” Por el contrario, en
la meditación cristiana no pierdo mi personalidad, entro en una relación
personal con la persona de Cristo, entro en relación con el «Tú» de Cristo, y
de este modo este «yo» no se pierde, mantiene su identidad y responsabilidad.
Al mismo tiempo se abre, entra en una unidad más profunda, que es la unidad del
amor que no destruye. Por tanto, diría en pocas palabras, simplificando un
poco, que la meditación trascendental es impersonal, y en este sentido
«despersonalizante». Mientras que la meditación cristiana es «personalizante» y
abre a una unidad profunda que nace del amor y no de la disolución del yo. –(Cardenal
Ratzinger, 01 de Diciembre del 2002 en el
Congreso Cristo Camino, Verdad y
Vida.)
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