Santo Tomás dice que por todos los vicios, más especialmente el vicio de la impureza, los hombres son alejados de Dios. Además, los pecados de impureza, por su gran número, son un mal inmenso.
Un blasfemo no siempre blasfema, sino sólo cuando está borracho o provocado a ira. El asesino que tiene por oficio matar a otros no suele cometer más de ocho o diez asesinatos, pero los impuros son culpables de un torrente incesante de pecados, por pensamientos, por palabras, por miradas, por indulgencias y por toques, de modo que cuando van a confesarse les resulta imposible decir el número de pecados que han cometido contra la pureza.
Según San Gregorio, de la impureza surge la ceguera del entendimiento, la destrucción, el odio a Dios y la desesperación de la vida eterna. San Agustín dice que aunque los impuros envejecen, el vicio de la impureza no envejece en ellos. Por eso dice Santo Tomás que no hay pecado en que el demonio se deleite tanto como en este pecado, porque no hay otro pecado al que la naturaleza se aferre con tanta tenacidad. Se adhiere tan firmemente al vicio de la impureza que el apetito por los placeres carnales se vuelve insaciable. Ve ahora y di que el pecado de la impureza no es más que un pequeño mal. En el momento de la muerte, no dirás esto, todos los pecados de este tipo te aparecerán como un monstruo del infierno.
San Remigio escribe que, a excepción de los niños, el número de adultos que se salvan es pequeño, a causa de los pecados de la carne. De acuerdo con esta doctrina, a un alma santa le fue revelado que así como la soberbia llenó el infierno de demonios, así la impureza lo llenó de hombres.
Queridos hermanos, sigamos orando a Dios para que nos libre de esta adicción, de lo contrario perderemos nuestras almas. El pecado de impureza trae consigo ceguera y obstinación. Todos los vicios ensombrecen el entendimiento, pero la impureza lo hace en mayor grado que todos los demás pecados".
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