La viuda estaba obsesionada por que continuamente lo soñaba.
Al principio lo vio triste, con la chaqueta atravesada por las balas, poco a poco se mostró más sereno hasta que lo encontró joven, lo suficientemente tranquilo como para decirle que, donde estaba, no había rencores.
Pensó que había sido "bienvenido por el Señor".
Por lo tanto, quería una confirmación autorizada y por eso, decidió ir al Padre Pío, "el único hombre santo en el que realmente confiaba".
Continúa el libro: «Ella se arrodilló ante él: “Soy la viuda de Benito Mussolini”. "Lo sé".
"¿Qué pasa con mi esposo? ¿Salvó su alma?"
"¿Por qué me preguntas? ¿No te lo dijo ya cuando vino a verte?"
"Sí, el me dijo...". "Levántate, piadosa mujer, y vete en paz"».
Del libro de testimonios (Mi abuela y el Duce, Rizzoli, pp. 200, 18)
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