¡Qué asco y qué repugnancia
produce a Dios la tibieza! Dice que al tibio le arrojará, como se arroja con
náuseas un alimento que no se tolera. — ¡Llegar a causar náuseas a Jesús! —
¡Provocarle repugnancia! — ¡Qué miedo! ¡Qué santo temor debe causarte este
pensamiento! — ¿Estás tú cerca de ese estado?... ¿Vigilas bien tu conducta para
encontrarte muy lejos de él? — Mira mucho el ejemplo de María. — No parece sino
que Ella tenía ese mismo miedo. — Como si Ella tuviera ese peligro, obra con
energía, con decisión, con prontitud, con fervor. — Pues si Ella sin tener
ningún peligro así obró, ¿cómo debemos nosotros obrar? — No es tiempo de
dormirse. — Basta de perder gracias y más gracias de Dios como se pierden e
inutilizan por la maldita tibieza. — Guerra a la tibieza, a la flojedad, a la
rutina para, a imitación de tu Madre querida, llegar a conseguir de veras que
tu alma sea Toda de Dios.
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