. — La vida del Espíritu Santo es la gracia santificante y tanto quiso a María, que se desposó con Ella, y la dio su gracia en toda su plenitud... «la llena de gracia». El mismo fue el que misteriosamente y con una operación llena del poder y de la pureza infinita de Dios, formó en el seno de María la habitación para el Hijo de Dios... ¿es posible que una unión tan perfecta e íntima entre María y el Espíritu Santo..., una operación tan santa y divina como la encarnación del Verbo... todo eso fuera a hacerse en una carne manchada de pecado?... ¿Sería esto digno de Dios? — David preparó para hacer un templo a Dios, lo mejor que encontró en la tierra... y el Espíritu Santo para formar aquella viva habitación del Verbo ¿no había de juntar lo mejor del Cielo? — Pues entonces, no pudo haber ni sombra de pecado, ya que esto repugnaría en extremo al Hijo de Dios.
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