Cuanto alivio siento en mis miserias, y
cuánto consuelo en mis tribulaciones, y qué esfuerzo recibo en la tentación, no
bien os recuerdo y pido vuestro auxilio, ¡oh Santa y dulcísima Madre mía,
María! Sí; razón tenéis, ¡oh, Santos del cielo!, en llamar a mi Señora: Puerta de atribulados; alivio de miserias;
consuelo de miserables; remedio de nuestro llanto, como decían san Efrén,
San Buenaventura y San Germán. Consoladme Vos, Madre mía; véome lleno de
pecados, cercado de enemigos, tibio en el amor de Dios.
Consoladme, consoladme; y sea la
consolación que me deis el hacerme empezar una vida nueva, que verdaderamente
agrade a vuestro Hijo y a Vos.
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