Dulcísima Señora y Madre mía, soy un vil
rebelde a vuestro excelso Hijo; pero acudo arrepentido a vuestra piedad para
que me alcancéis perdón. No me digáis que no podéis, pues San Bernardo os llama
la Dispensadora del perdón. A Vos
toca también ayudar a los que en peligro se hallan; que por eso os denomina San
Efrén, Auxilio de los que peligran.
¿Y quién, Señora mía, peligra más que yo?
Perdí a mi Dios y he estado ciertamente condenado al infierno; no sé todavía si
Dios me habrá perdonado; puedo perderle aún. Pero de Vos, que podéis alcanzarlo
todo, espero todo bien: el perdón, la perseverancia, la gloria. Espero ser, en
el reino de los bienaventurados, uno de los que más ensalcen vuestras
misericordias, ¡oh, María!, salvándome por vuestra intercesión.
Jaculatoria. Las misericordias de María cantaré eternamente.
Eternamente las alabaré.
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