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Leemos en el libro de los Reyes que el rey Acab era el más abominable de los soberanos que habían reinado hasta su tiempo; no creo que se pueda decir más de lo que de él dice el Espíritu Santo. Escuchad: «Era un rey dado a toda suerte de impurezas; echaba mano, sin discreción, de los bienes de sus súbditos; fue causa de que los israelitas se rebelasen contra su Dios; parecía un hombre vendido y comprometido a realizar toda suerte de iniquidades: en una palabra, con sus crímenes dejo buenos a cuántos le habían precedido. Por todo lo cual, no pudiendo Dios soportar por más tiempo sus maldades, dispuesto a castigarle, llamo a su profeta Elías, ordenándole que se presentase al rey para darle a conocer los divinos propósitos: «Dile que los perros comerán sus carnes y se abrevaran en su sangre; descargare sobre su cabeza toda mi cólera y toda mi venganza; nada omitiré para castigarle, hasta el punto de hacer llegar el exceso de mi furor a los perros que se hayan alimentado de sus despojos». Fijaos aquí en cuatro cosas.
¿Se ha visto jamás hombre malvado cómo aquel? 2. ¿Se ha visto jamás
que determinación tan clara de hacer perecer a un hombre, ciertamente merecedor
de tal castigo? 3. ¿Se ha dado nunca orden tan precisa?. «Todo ello, dijo el
Señor, tendrá efecto en este lugar. » 4. ¿ Se ha visto nunca en la historia de
un hombre condenado a un suplicio tan infame cual el que debía sufrir Acab,
esto es, hacer que su cuerpo y su sangre sirviesen de pasto a los perros?.
¿Quién podrá librarle de las manos de enemigo tan poderoso, el cual ha
comenzado ya a ejecutar sus designios?.
En cuanto el profeta terminó su mensaje, Acab comenzó
a rasgar sus vestiduras. Escuchad lo que le dijo el Señor: «Vamos, ya no es
tiempo, comenzaste demasiado tarde; ahora me burlo de ti». Entonces ciñó a su
cuerpo un áspero cilicio: ¿Crees tu, le dijo el Señor, que esto me inspirara
piedad y hará revocar mi decreto; ahora ayunas: debías haber ayunado de la
sangre de tantas personas a quienes diste muerte. » Entonces el rey se arrojó
al suelo y se cubrió de ceniza; cuando era preciso aparecer en publico, andaba
con la cabeza descubierta y los ojos fijos al suelo. «Profeta, dijo el Señor;
has visto de que manera se ha humillado Acab; postrándose con la faz en
tierra?. Pues ve a decirle que, ya que se ha humillado, dejare de castigarle;
ya no descargare sobre su cabeza los rayos de mi venganza que para el tenía
preparados. Dile que su humildad me ha conmovido, ha hecho revocar mis órdenes y
ha desarmado mi cólera»(III Reg., XXI.).
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