SEÑORA mía poderosísima: cuando me asalta algún temor acerca de mi salvación eterna, cuánta confianza experimento con sólo recurrir a Vos, y considerar, de una parte, que Vos, Madre mía, sois tan rica en gracias, que San Juan Damasceno os llama El amor de la gracia; San Buenaventura, La fuente de donde brotan juntas las gracias todas; San Efrén, El manantial de la gracia y de todo consuelo, y San Bernardo, La plenitud de todo bien; y, por otra parte, considero que sois tan inclinada a otorgar mercedes, que os creéis ofendida, como dice San Buenaventura, de quien no os pide gracias.
¡Oh, riquísima, oh sapientísima, oh clementísima reina! Comprendo que Vos conocéis mejor que yo las necesidades de mi alma, y que me amáis más de lo que yo puedo amaros. ¿Sabéis, pues, qué gracia os pido hoy? Alcanzadme la que estiméis más conveniente para mi alma; pedid ésta a Dios para mí, y así quedaré contento y satisfecho.
Jaculatoria. ¡Dios mío, concededme las gracias que María os pida para mí!
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