Cuánto me complace, Reina mía dulcísima,
este hermoso nombre con que os invocan vuestros devotos: Mater amábilis! Porque Vos, Señora mía, sois sumamente amable y por
vuestra hermosura se enamoró de Vos el mismo Señor vuestro: El Rey deseó tu belleza. Dice San
Buenaventura que vuestro nombre es tan amable para los que os aman, que sólo al
pronunciarle u oírle pronunciar, sienten que se inflama y acrecienta en ellos
el deseo de amaros. ¡Oh dulce!, ¡oh
piadosa!, ¡oh amabilísima María! ¡No es posible nombraros sin que se encienda y
recree el afecto de quien os ama!
Justo es, pues, Madre mía amabilísima, que
os ame yo. Mas no me contento sólo con amaros, sino que deseo, ahora en la
tierra y después en el Cielo, ser, después de Dios, el que más os ame. Y si tal
deseo es harto atrevido, cúlpese a vuestra amabilidad, y al especial amor que
me habéis demostrado; que si fueseis menos amable, menos desearía yo amaros.
Aceptad, pues, ¡oh Señora!, este mi deseo.
Y como prueba de uqe lo aceptáis, alcanzadme de Dios este amor que os pido, ya
que tanto complace a Dios el amor que todos os tenemos.
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