Decía el V. P. Francisco Olimpo, Teatino,
no haber cosa en la tierra que más vivamente encienda el fuego del divino amor
en los corazones de los hombres que el Santísimo Sacramento del Altar.
Por eso el Señor se mostró a Santa
Catalina de Siena, en el Santísimo Sacramento, como una hoguera de amor, de la
cual salían torrentes de divinas llamas, que se esparcían por toda la tierra;
quedando atónita la Santa al considerar cómo podían los hombres vivir sin
abrasarse de amor en medio de tanto amor divino para con ellos.
Jesús mío haced que arda por Vos; haced
que no piense, ni suspire, ni desee, ni busque cosa laguna fuera de Vos.
¡Dichoso yo si este vuestro santo fuego me inflamase, y, el paso que se fuesen
consumiendo mis años, fueran felizmente destruyéndose en mí todos los afectos
terrenos!
¡Oh, Verbo divino; oh, Jesús mío!, os veo
enteramente sacrificado, aniquilado y destruido por mi amor en ese Altar. Justo
es, pues, que así como Vos, víctima de amor, os sacrificáis por mí, yo del todo
me consagré a Vos. Sí, Dios mío y supremo Señor, os sacrifico hoy toda mi alma,
toda mi voluntad, mi vida toda y a mí mismo.
Uno este mi pobre sacrificio con el
sacrificio infinito que de sí mismo os hizo, ¡oh, Eterno Padre!, vuestro Hijo
Jesús, Salvador mío, una vez en el ara de la Cruz, y que tantas veces os
renueva diariamente en los altares. Aceptadlo, pues, por los méritos de Jesús,
y dadme gracia para repetirlo todos los días de mi vida, y para morir
sacrificándome enteramente por honra vuestra.
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