El profeta Jeremías, va aún más lejos. Para mostrarnos cuan sensible sea a Dios la perdida de un alma, ved lo que nos habla en un momento en que se halla arrebatado por el espíritu del Señor: «¡Dios mío !; Dios mío!, ¿que va a ser de mi?, me habéis encargado la vigilancia de un pueblo rebelde, de una nación ingrata, que no quiere escucharos, ni someterse a vuestros preceptos; ¡ay!, ¿que haré?, ¿que partido tomaré?. Ved lo que me ha contestado el Señor: «Para manifestarles cuan sensiblemente conmovido me hallo por la perdida de sus almas, toma tus cabellos, arráncalos de la cabeza, arrójalos lejos de ti, por haberme, el pecado de ese pueblo forzado a abandonarle, por haber entrado ya mi furor en el interior de sus almas». Cuando la cólera del Señor esta inflamada por el pecado que anida en nuestro corazón, sobreviene entonces la peor y más terrible enfermedad. «Pero, Señor, le dijo el Profeta, ¿que podré hacer para desviar de vuestro pueblo las miradas de vuestra ira?. -Toma un saco por vestido, dijo el Señor, cubre de ceniza tu cabeza, y llora sin cesar y tan copiosamente, que tu rostro quede bañado en lágrimas; llora amargamente, hasta que los pecados queden anegados en llanto» (Ier., VII, 29.) . ¿Veis cuan sensible sea a Dios la perdida de nuestras almas?. Por lo dicho os podéis hacer cargo de la desventura que representa perder un alma a quién Dios ama tanto, cuando, no teniendo aún los ojos corpóreos para llorar su desgracia, pide prestados los de sus profetas. Nos dice el Señor por su profeta Joel.: «¡Llorad la pérdida de las almas, cómo un joven esposo llora la de su esposa, en quién veía cifrada toda su dicha y todo su consuelo!»
(Joel, 1, 8.).
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