¿Podremos creernos virtuosos, cuando, a la primera prueba nos quejamos, y abandonar su santo servicio?. Pero aún no habían terminado las penas del santo varón; viendo el demonio que nada había logrado, atacó a su misma persona; su cuerpo quedo cubierto de llagas, su carne se deshacía en jirones. Mirad también a San Eustaquio, cuánta constancia en soportar los sufrimientos que Dios le enviara para ponerlo a prueba!.
¡Ay!, ¡cuán escasos son los cristianos que en tales trances no cayesen en la tristeza, en la murmuración y aún quizás en la desesperación!, que no maldijeran su suerte, o hasta tal vez llegaran a manifestar su odio a Dios, diciendo: «¡Que es lo que hicimos para que se nos trate de esta manera!». ¡Ay!, ¡cuánta virtud fingida, puramente exterior, y desmentida a la menor prueba!.
De aquí hemos de concluir que nuestra virtud, para que sea sólida y agradable a Dios, ha de radicar en el corazón, ha de buscar sólo a Dios, y ocultar cuanto sea posible, sus actos al mundo. Hemos de andar con cuidado en no desfallecer en el servicio de Dios; antes al contrario, debemos marchar siempre adelante, ya que por este medio los Santos aseguraron su eterna bienaventuranza.
Comentarios
Publicar un comentario