El demonio le contestó: «No es difícil que os ame y os sirva fielmente


 

Mas tengo para mi que el mejor modelo que a este respecto puedo presentaros es el santo varón Job, agobiado por las duras pruebas que Dios le enviara. El Señor dijo un día a Satan: «¿ De dónde vienes?» -«Vengo, contestó, de dar la vuelta por el mundo.»- «¿Has visto al buen varón Job, hombre sin igual en la tierra, por su sencillez y rectitud de corazón?». El demonio le contestó: «No es difícil que os ame y os sirva fielmente, pues le colmáis con toda suerte de bendiciones; ponedlo a prueba, y veremos si se mantiene fiel». El Señor contestó: «Te concedo sobre él todo poder, menos el de quitarle la vida». El demonio, lleno de alegría, con la esperanza de inducir a job a quejarse de su Dios, comenzó destruyéndole todas sus riquezas que eran inmensas. Ahora veréis lo que hizo el demonio para probarlo. Esperando arrancarle alguna blasfemia o a lo menos alguna queja, le causó, uno después de otro, toda suerte de contratiempos, de percances y de desgracias, a fin de no darle ocasión ni de respirar. Un día, mientras se hallaba tranquilo en su casa, llego uno de sus criados lleno de espanto. «Señor, le dijo, vengo para anunciaros una gran catástrofe todo vuestro ganado de carga y trabajo acaba de caer en manos de unos bandidos, los cuales, además, han asesinado a todos vuestros servidores; solamente yo he podido escapar para venir a daros cuenta del percance.» Aún no había terminado, cuando llego otro mensajero, más espantado que el primero y dijo: «¡Ay !, Señor, una tempestad horrorosa se ha desencadenado sobre nosotros, el fuego del cielo ha devorado vuestros rebaños y ha abrasado a vuestros pastores; sólo yo he conservado la vida para venir a comunicaros la desgracia». Aún estaba este hablando, cuando llego un tercer mensajero, pues el demonio no quería dejarle tiempo para respirar ni volver sobre si. Con gran sentimiento dijo: «Hemos sido atacados por unos ladrones, que se llevaron vuestros camellos y a los siervos que los conducían; sólo yo, huyendo, he podido librarme del ataque, para venir a daros cuenta del mismo». A estas palabras llego un cuarto emisario, el cual, con lágrimas en los ojos, dijo: «Señor, ¡ya no tenéis hijos!... mientras estaban comiendo juntos, un tremendo huracán ha derrumbado la casa, y los ha aplastado a todos entre los escombros, así como a los criados; sólo yo me he salvado por milagro». Cuando le estaban narrando tal cúmulo de males según el mundo, no hay duda que Job hubo de sentirse movido a compasión por la muerte de sus hijos. Al instante quedo abandonado de todos: cada cual huyo por su lado, y quedó el sólo con el demonio, Quién abrigaba aún la esperanza de que tantos males le llevarían a la desesperación, o a lo menos a quejarse con alguna impaciencia; pues, por sólida que sea la virtud, no nos hace insensibles a los males que experimentamos; los santos no tienen, ciertamente, un corazón de mármol. Aquel santo varón recibe en un momento los golpes más sensibles para un poderoso del mundo, para un rico y para un padre de familia. En un sólo día, de príncipe y, por consiguiente, del más feliz de los hombres, quedó convertido en un miserable, lleno de toda clase de infortunios, privado de lo que más amaba en esta vida. Prorrumpiendo en llanto, se postra, la faz en tierra ; pero ¿que hace?, ¿se queja?, ¿murmura?. No. La Sagrada Escritura nos dice que adora y respeta la mano que le golpea; ofrece a Señor el sacrificio de su familia y de sus riquezas; y lo ofrece con la más generosa, perfecta y entera resignación, diciendo: «El Señor, autor de todos mis bienes, es también su dueño; todo ha acontecido porque ésta era su santa voluntad; sea bendito su santo nombre en todo memento» (Job., I.).

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