hemos de procurar no abusar de la paciencia divina permaneciendo en el pecado bajo el pretexto de que Dios no dejará de perdonarnos aunque dilatemos nuestra confesión. Mucho cuidado, ya que, mientras estamos en pecado, corremos el más serio peligro de precipitarnos en el infierno; aparte de que, cuando hemos permanecido voluntariamente en el pecado, es muy dudoso que nuestro arrepentimiento, a la hora de la muerte, haya de obtenernos la salvación ; ya que, a la hora en que espontáneamente pudimos salir del pecado permanecimos en él. Desgraciados de nosotros; ¿ cómo nos atreveremos a permanecer en pecado, cuando ni por un minuto tenemos nuestra vida asegurada?. Nos dice el Señor que vendrá cuando menos lo sospechemos.
Digo, pues, que si bien no hemos de abusar de la
esperanza, tampoco debemos desesperar de la misericordia divina, pues es
infinita. Es la desesperación un pecado mayor que todos cuántos podemos haber
cometido, pues por la fe sabemos que Dios no nos ha de negar el perdón, si
acudimos a Él con sinceridad. La magnitud de nuestros pecados no debe engendrar
en nosotros el temor de que se nos niegue el perdón, pues todos ellos,
comparados con la misericordia de Dios, son menos que un grano de arena al lado
de una montaña. Si Caín, después de haber muerto a su hermano, hubiese pedido
perdón a Dios, podía estar seguro de alcanzarlo. Si Judas se hubiese arrojado a
los pies de Cristo, para suplicarle el perdón, Jesucristo le habría perdonado
su culpa cómo a San Pedro.
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