Bendita Madre mía, María; no sólo con
una espada,
sino con tantas
cuantas son mis pecados te he traspasado el corazón.
Señora mía, no eres tú, la inocente,
sino yo, reo de tantos delitos, quien debe sufrir las penas.
Pero ya que has
querido padecer tanto por mí, consígueme por tus méritos un gran dolor de mis
culpas y paciencia para soportar los trabajos de esta vida.
Siempre serán muy leves para mí, que
tantas veces merecí la condena.
Comentarios
Publicar un comentario