Hemos dicho que la Sagrada Comunión
es para nosotros aprenda de vida eterna, de manera que ello nos asegura el
cielo; estas son las arras que nos envía el cielo en garantía de que un día
será nuestra morada; y, aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten
tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el suyo
en la Comunión. ¡Si pudiésemos comprender cuanto le place a Jesús venir a
nuestro corazón!... ¡Y una vez allí; nunca quisiera salir, no sabe separarse de
nosotros, ni durante nuestra vida, ni después de nuestra muerte!-... Leemos en
la vida de Santa Teresa que, después de muerta, se apareció a una religiosa
acompañada de Jesucristo; admirada aquella religiosa viendo al Señor
aparecérsele junto con la Santa, preguntó a Jesucristo por que se aparecía así.
Y el Salvador contesto que Teresa había estado en vida tan unida a Él por la
Sagrada Comunión, que ahora no sabía separarse de ella. Ningún acto enriquece
tanto a nuestro cuerpo en orden al cielo, como la Sagrada Comunión.
¡Cuánta será la gloria de los que habrán comulgado
dignamente y con frecuencia!... El Cuerpo adorable de Jesús y su Sangre
preciosa, diseminados en todo nuestro cuerpo, se parecerán a un hermoso
diamante envuelto en una fina gasa, el cual, aunque oculto, resalta más y más.
Si dudáis de ello, escuchad a San Cirilo de Alejandría, Quién nos dice que
aquel que recibe a Jesucristo en la Sagrada Comunión esta tan unido a Él, que
ambos se asemejan a dos fragmentos de cera que se hacen fundir juntos hasta el
punto de constituir uno sólo, quedando de tal manera mezclados y confundidos
que ya no es posible separarlos ni distinguirlos. ¡Que felicidad la de un
cristiano que alcance a comprender todo esto!... Santa Catalina de Sena, en sus
transportes de amor exclamaba: «¡Dios mío! ¡Salvador mío! ¡que exceso de bondad
con las criaturas al entregaros a ellas con tanto afán! ¡Y al entregaros, les
dais también cuanto tenéis y cuanto sois! Dulce Salvador mío, decía ella, os
conjuro a que rociéis mi alma con vuestra Sangre adorable y alimentéis mi pobre
cuerpo con el vuestro tan precioso, a fin de que mi alma y mi cuerpo no sean
más que para Vos, y no aspiren a otra cosa que agradaros y a poseeros». Dice
Santa Magdalena de Pazzi que bastaría una sola Comunión, hecha con un corazón
puro y un amor tierno, para elevarnos al más alto grado de perfección. La beata
Victoria, a los que veía desfallecer en el camino del cielo, les decía : «Hijos
míos, ¿por que os arrastráis así en las vías de salvación?. ¿Por que estáis tan
faltos de valor para trabajar, para merecer la gran dicha de poderos sentar a
la Sagrada Mesa y comer allí el Pan de los Ángeles que tanto fortalece a los
débiles?. ¡Si supieseis cuanto endulza este pan las miserias de la vida!, ¡si
tan sólo una vez hubieseis experimentado lo bueno y generoso que es Jesús para
el que lo recibe en la Sagrada Comunión¡... Adelante, hijos míos, id a comer
ese Pan de los fuertes, y volveréis llenos de alegría y de valor; entonces sólo
desearéis los sufrimientos, los tormentos y la lucha para agradar a
Jesucristo». Santa Catalina de Génova estaba tan hambrienta de este Pan
celestial, que no podía verlo en las manos del sacerdote sin sentirse morir de
amor: tan grande era su anhelo de poseerlo; y prorrumpía en estas
exclamaciones: «Señor, ¡venid a mí! ¡Dios mío, venid a mi, que no puedo más!.
¡Dios mío, dignaos venir dentro de mi corazón, pues no puedo vivir si Vos!.
¡Vos sois toda mi alegría, toda mi felicidad, todo el aliento de mi alma!».
Si pudiésemos formarnos aunque fuese tan sólo una
pequeña idea de la magnitud de una dicha tal, ya no desearíamos la vida más que
para que nos fuese dado hacer de Jesucristo el pan nuestro de cada día. Nada
serian para nosotros todas las cosas creadas, las despreciaríamos para unirnos
sólo con Dios, y todos nuestros pasos, todos nuestros actos sólo se dirigirían
a hacernos más dignos de recibirle.
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